Aarón se sobresaltó, girando la cabeza hacia Úrsula.
—Señorita Solano, hasta luego.
Y sin decir más, corrió para ponerse al lado de Antonella.
Úrsula, al verlo alejarse, frunció el ceño con preocupación y lo siguió apresurada.
—Señora Blanco, ¡de verdad debería llevar a Aarón al hospital ya! Si espera más, podría ser demasiado tarde.
—Señorita Solano, ¿no tiene nada mejor que hacer? Aarón es mi hijo, esto es asunto de familia, y no necesito que venga a meterse donde no la llaman —replicó Antonella de mala gana, y en cuanto terminó de hablar, tiró de Aarón para alejarse de ahí.
Úrsula insistió, sin rendirse:
—Señora Blanco, al menos manténgase atenta a cómo se siente Aarón. Si se desmaya, por favor, llévelo al hospital en cuanto pueda.
Si un niño en la condición de Aarón era atendido de inmediato tras un desmayo, todavía había esperanza.
Pero Antonella ni siquiera quiso escucharla. Arrastró a Aarón hasta el carro, lo metió de un jalón y cerró la puerta de un portazo, soltando su enojo.
—Aarón, ¿cuántas veces te he dicho que no te juntes con gente como Amelia? ¡El que se junta con lobos, a aullar aprende!
Antonella no estaba dispuesta a ver a su hijo convertido en un inútil, de esos que se casan y divorcian antes de cumplir veinte.
—Mamá, me siento muy mal... Me duele la cabeza —susurró Aarón, recostándose en el asiento, sintiéndose débil y sin fuerzas.
—¡Deja de hacerte! —Antonella exclamó, frustrada—. Cada vez que te llamo la atención por algo, te pones con esa misma cara. Si hubiera sabido esto, mejor ni te traía al mundo.
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Aarón.
A través de la ventana, la luz del sol se colaba, iluminando ese mundo que, aunque brillante, para él parecía envuelto en sombras.
—Mamá, de verdad me siento mal, tengo sueño...
—¡Levántate ahora mismo! —la furia de Antonella iba en aumento.
Viendo lo enojada que estaba, Aarón no tuvo más remedio que reunir sus últimas fuerzas y ponerse de pie.
...
No pasó mucho antes de que el carro llegara a la entrada de la casa de la familia Blanco.
Antonella sacó a Aarón de un tirón, casi arrojándolo fuera, y enseguida lo encerró en el estudio.
—Quiero que resuelvas las dos guías de matemáticas. Si no las terminas, hoy te quedas sin cenar.
Aarón se apoyó contra la puerta, la voz ahogada por el cansancio y el dolor.
—Mamá, me siento peor... ¿Hoy puedo no hacer los ejercicios?
—¡Nada de hacerte el enfermo! —lo cortó Antonella, ignorando la expresión de sufrimiento en el rostro de su hijo—. En la noche vengo a revisar. Si no terminas, ya sabes lo que te espera.
Y sin más, bajó las escaleras.
—Mamá... Mamá —Aarón empezó a golpear la puerta suavemente—. De verdad me siento muy mal, mamá...
...
Leandro Blanco llegó a casa y de inmediato escuchó los golpes en la puerta del estudio. Alzó la vista y luego miró a Antonella.
—¿Qué le pasa a Aarón?
—No le hagas caso, está fingiendo. A esa edad ya debería saber comportarse, y mira, aprendió a hacerse el enfermo. Y todo es culpa de Amelia. Desde que le dijo que tenía problemas del corazón, se ha estado comportando así. Ese tipo de amistades solo lo arrastran.
Leandro, al escucharla, decidió no prestar atención a los golpes de su hijo.
Después de todo, los niños a veces se rebelan fingiendo enfermedades.
...
Dentro del estudio, Aarón aguardaba desesperado. Nadie venía a abrirle la puerta, y el sueño lo vencía. La cabeza le pesaba, y todo se daba vueltas.
—¡Pum!—
Diez minutos más tarde, Marta regresó al comedor.
—Señor, señora, por más que toqué la puerta del estudio, el niño no responde.
Antonella frunció el ceño.
—Seguro está igual que la última vez, haciéndome berrinche. —Luego, se dirigió a Marta—. Tráeme el cinturón, hoy sí le voy a dar una lección.
Después, miró a Leandro.
—Y tú, ni se te ocurra meterte.
—Sí, ya entendí —asintió Leandro.
Marta fue a buscar lo que le pidieron.
Antonella, con el cinturón en mano y llena de furia, subió las escaleras y abrió la puerta del estudio de golpe.
Apenas entró, vio a Aarón tirado en el suelo.
La rabia la cegó aún más.
—¡Aarón, levántate ahora! Cada vez te atreves más, hasta finges desmayos. —Y sin miramientos, le dio un golpe en la espalda con el cinturón.
Antes, Aarón hubiera saltado de inmediato.
Pero hoy, no se movió en absoluto.
Al verlo así, Antonella sintió que la rabia le hervía la sangre.
—¡Aarón! —se arremangó—. ¡Hoy sí te vas a acordar de mí!
Marta, notando que algo no andaba bien, se acercó rápido y se agachó junto a Aarón. Al revisar su respiración, el pánico se reflejó en su rostro. Alzó la cabeza y tartamudeó, lívida:
—Se-señor, señora... el niño... parece que... ya no respira...

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