Alejandra estaba de lo más emocionada.
Había que admitirlo, el momento que eligió Antonella para venir a agradecerle fue perfecto.
Esa noche, la familia Solano no solo contaba con la presencia de Marcela.
También había invitados importantes en la casa.
Alejandra pensó que, después de esta velada, su buena reputación se esparciría por todo Villa Regia.
Cuanto más lo pensaba, más se ilusionaba.
Cuando el mayordomo se retiró, Marcela preguntó con curiosidad:
—Ale, ¿a estas horas qué asunto puede tener la señora Blanco contigo?
Alejandra miró a Marcela y negó con la cabeza.
—La verdad, tampoco tengo idea.
Mientras hablaba, cruzó una mirada con Luna, quien enseguida intervino:
—Oye, Ale, ¿no me contaste hace unos días que ayudaste a la señora Blanco con un pequeño favor? ¿Será que vino especialmente a agradecerte?
Luna recalcó la frase “pequeño favor” con algo de picardía.
Al oírla, Alejandra fingió caer en cuenta.
—¿Ah, eso, mamá? Si no lo decías, ya ni me acordaba.
Marcela insistió, intrigada:
—Ale, ¿qué clase de favor le hiciste a la señora Blanco? ¡Para que venga tan tarde a darte las gracias debe haber sido algo importante!
No era común que una mujer con hijos pequeños saliera de casa a esas horas, a menos que fuese algo realmente relevante.
Al escuchar eso, tanto Macarena como Alexis, que estaban en la sala, dirigieron la mirada hacia Alejandra, curiosos.
Siempre se rumoraba que la nieta de la familia Solano era una persona excepcional.
Al parecer, los rumores no mentían.
Alejandra se encogió de hombros, fingiendo desinterés.
—Abuela, en serio fue solo una tontería, nada digno de mencionar. Ni me imaginaba que la señora Blanco viniera hasta acá, y a esta hora. La verdad, me hace sentir incómoda tanto alboroto.
Pedro la miró con una sonrisa.
—Ale, no seas tan modesta. Si de verdad fuera algo sin importancia, ¿crees que la señora Blanco habría venido hasta aquí tan tarde?
A veces, la gente se pasa de humilde cuando no debería, pensó Pedro.

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