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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 344

Este era el lugar donde había vivido durante décadas.

Ahora, de repente, le pedían que se fuera, ¿cómo podía resignarse? ¿Cómo iba a dejarlo tan fácil?

Ya se había acostumbrado a la vida en una mansión, a que la sirvieran, a salir siempre en carro de lujo.

Cecilia caminaba detrás de Yolanda, sin el brillo de siempre en su mirada.

Las dos.

Parecían dos perros apaleados, arrastrando los pies.

—Mamá, Cecilia —Santiago dio un paso al frente y tomó la maleta de Yolanda.

Yolanda levantó la vista hacia Santiago.

—¿Úrsula ya se puso en contacto contigo? Me contaron que ahora es la princesa de la familia Solano, la dueña de Villa Regia. Si hubiera sabido esto antes, jamás habría permitido que te divorciaras de ella.

La familia Solano era la más poderosa de Villa Regia.

Y Marcela solo tenía a Úrsula como nieta; si Santiago no se hubiera divorciado, él sería el yerno de la familia Solano, el futuro heredero.

Santiago negó con la cabeza.

—No.

Cecilia, negándose a aceptar la situación, soltó:

—Hermano, ¿no que te quería tanto? ¿Cómo pudo olvidarte tan rápido? Úrsula resultó ser una mujer que cambia de parecer en un abrir y cerrar de ojos.

¡Era la familia Solano!

Si Santiago hubiera seguido casado con Úrsula, ella sería la sobrina de la familia Solano, y tendría acceso a un círculo social mucho más alto.

¿Pero ahora?

Había caído tan bajo que ni ella misma lo creía.

Cecilia lamentaba no haber cultivado una mejor relación con Úrsula desde el principio.

Santiago soltó un suspiro.

—Mamá, Cecilia, dejen de mencionar a Úrsula. Eso ya es cosa del pasado. Ahora mi prometida es Cami. Denme un poco de tiempo, les prometo que me voy a levantar de nuevo y voy a lograr que Úrsula se arrepienta.

Al decir esto, sus ojos reflejaban una convicción inquebrantable.

Con Camila, no tendría que irse a vivir a cualquier barrio cualquiera.

Siempre supo que Camila lo amaría pase lo que pase, siempre estaría ahí para él.

Por un instante, Santiago se sintió tan orgulloso que casi deseó que Rafael estuviera ahí para verlo, para que ese tipo entendiera que lo había juzgado mal.

Yolanda y Cecilia siguieron a Santiago hasta donde estaba Camila.

Camila los miró, pero en su rostro ya no había ni rastro de la calidez de antes. Sin sonreír, saludó con frialdad:

—Señora, Santi.

Yolanda y Cecilia subieron de inmediato al asiento trasero, y le ordenaron a Santiago:

—Santi, pon las maletas en la cajuela. Ya vámonos.

Yolanda volteó hacia Camila.

—Cami, de verdad tienes buen corazón, mira que venir por nosotros en estos tiempos. Es cierto que la casa de los Villar es pequeña, pero apretados cabemos. No te preocupes, cuando Santi vuelva a la cima, la señora no va a olvidarse de ti.

—Señora, creo que no lo entendió —la voz de Camila era cortante. Miró a Santiago y soltó—: Santi, hay cosas que es mejor decir cara a cara. Ya no estamos en el mismo nivel. Lo mejor es que no nos volvamos a ver.

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