—¡Te llevo yo! —soltó Marcelo de inmediato.
—No hace falta, el chofer viene por mí —respondió Úrsula con una sonrisa.
—Está bien —asintió Marcelo, acompañándola hasta la puerta—. Entonces, hasta la próxima.
—Hasta la próxima —se despidió Úrsula, agitando la mano antes de marcharse.
Solo cuando la silueta de Úrsula desapareció por el camino, Marcelo cayó en cuenta de algo, se dio una palmada en la frente y murmuró lleno de arrepentimiento:
—¡Qué bruto soy! Aunque mi celular se haya quedado sin batería y no pueda escanear el código, ¡pude haberle pedido su número!
Ahora que el número de celular y WhatsApp van juntos, teniendo su número seguro podría agregarla.
...
Cuando regresó al laboratorio, Úrsula estuvo ocupada hasta pasadas las siete de la noche.
Apenas llegó a casa, fue directo al ala sur para aplicarle acupuntura a Álvaro.
Después, se sentó en la sala junto a Marcela para ver la televisión.
Estaban pasando una telenovela de esas que retratan la vida dura en el campo.
Marcela estaba tan metida en la historia que hasta los ojos se le pusieron rojos. Era imposible no pensar en todo lo que había sufrido su nieta de niña en el pueblo.
—Ay, mi niña, ¡cuánto has tenido que aguantar! —susurró, con el alma hecha bolita.
Pero Marcela, ya entrada en años, no tardó mucho en quedarse dormida y se fue a su cuarto.
Úrsula se quedó sola en la sala, siguiendo el melodrama por un rato más.
Al poco tiempo, el argumento perdió su gracia. Úrsula, acurrucada en el sofá, sacó su celular y abrió Twitter con la intención de perderse un rato entre memes y noticias.
Solo que...
Apenas inició sesión, se quedó pasmada.
Las notificaciones de mensajes privados marcaban 99+.
Y los comentarios... más de 999+. Un mar de notificaciones imposible de abarcar.
Úrsula arqueó una ceja, volvió a la pantalla de inicio y revisó el usuario.
No, no era su cuenta principal.
Si estaba usando su cuenta secundaria, ¿cómo era posible que se hubiera llenado de comentarios de la noche a la mañana?
La curiosidad le ganó y abrió el apartado de comentarios.

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