¿Realmente todo lo demás es inferior y solo el estudio es lo más importante?
Augusto jamás imaginó que por mirar a una chica guapa, el señor Ayala terminaría dándole toda una lección.
—¡Qué nivel, señor Ayala! Su manera de pensar está en otro nivel, de plano yo ni le llego—. Augusto le levantó el pulgar a Israel, admirado.
Israel apenas le echó una mirada, sin responder.
Augusto insistió:
—Señor Ayala, ¿le puedo hacer una pregunta?
—Pregunta—. Israel contestó con ese tono seco que le era tan típico.
Augusto lo miró con curiosidad.
—Señor Ayala, ¿nunca ha sentido eso de enamorarse a primera vista de alguna chica?
La verdad, sí le daba mucha curiosidad.
Augusto era varios años menor que Israel, y hasta él ya había tenido dos novias. Los de su generación ya estaban casados y hasta con hijos, pero Israel… seguía soltero como si nada. Augusto a veces se preguntaba si Israel no sería de esos que nunca han tenido pareja.
Al fin y al cabo…
Nunca se le veía cerca de ninguna mujer.
—No—. La respuesta de Israel fue tajante.
Augusto volvió a preguntar:
—¿Y nunca ha tenido una chica que le guste?
—Tampoco.
Al escuchar eso, Augusto suspiró con asombro.
—De verdad que quiero ver cómo será usted el día que se case. ¡Quién sabe qué clase de mujer podrá con usted!
De pronto, como recordando algo, Augusto se río y añadió:
—Señor Ayala, dicen que los hombres de la familia Ayala siempre terminan siendo mandilones. ¿A poco usted también va a ser así? ¡Jajajaja!
Los abuelos de la familia Ayala y la familia Verdú eran amigos de toda la vida. Desde niño, Augusto había escuchado las historias de cómo don Jesús Ayala no se atrevía a llegar a la casa si Montserrat andaba enojada.
—¿Mandilón?— Israel soltó una risa socarrona—. ¿Tú crees que un día Marte va a chocar con la Tierra?
—Pues no—. Augusto negó con la cabeza.
Israel habló con voz cortante, tan seca que hasta el aire se sentía tenso.
—Entonces, ¿por qué piensas que yo algún día seré mandilón?
Augusto se rascó la cabeza, levantando la vista hacia Israel.
Ahí, bajo el sol, ese hombre imponente se plantaba como si nada. Augusto medía uno ochenta y tres, pero Israel lo superaba por diez centímetros. Viéndolo así, parado, uno sentía una presión tan fuerte que ni ganas daban de sostenerle la mirada.
Y sí…
¿Cómo iba a ser mandilón alguien como el señor Ayala?
Eso ni pensarlo.
...
Úrsula apenas llegó a la entrada del restaurante, cuando se cruzó con una figura que le resultó familiar.
El hombre avanzó un par de pasos, pero enseguida sintió que algo le llamaba la atención y volteó. Al reconocer a la joven, sus ojos se iluminaron de inmediato.
Marcelo dio media vuelta y fue tras ella.

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