—Seguro que no es nadie importante —resopló Luna—. ¿Quién, con un mínimo de estatus, se liaría con una divorciada de segunda mano? Probablemente sea un pobretón como ella, con buena planta y nada más.
Alejandra entrecerró los ojos.
—Mamá, tienes razón. ¿Quién, con un mínimo de estatus, se liaría con una divorciada de segunda mano?
Luna miró a Alejandra y sonrió.
—Ale, no pienses tanto ahora. Descansa y prepárate para la merienda. Ya he elegido el lugar.
Hizo una pausa y añadió:
—¿Has avisado a la señorita Ramsey y a Yahir?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Alejandra.
—No hace falta un aviso especial. En cuanto se enteren de la merienda, vendrán corriendo a Villa Regia.
Al principio, Alejandra había preparado invitaciones para Bianca y Yahir.
Pero después, pensó que sería más impresionante que vinieran sin ser invitados.
¡Y estaba segura de que lo harían!
Luna asintió, con una expresión de profundo orgullo en el rostro.
—Si tu abuela se entera de que hasta la señorita Ramsey se ha rebajado a venir a tu merienda, ¡se quedará atónita! Al fin y al cabo, esa campesina de Úrsula no tiene esa habilidad.
Alejandra entrecerró los ojos.
—Cada vez tengo más ganas de que llegue ese día.
¡Entonces, se convertiría en el objeto de la envidia de todos!
Apenas Úrsula puso un pie en casa, Amanecer salió a recibirla, emocionado.
—¡Guau, guau, guau!
¡Bienvenida a casa, mamá!
—¡Amanecer!
Úrsula se agachó y abrazó la cabeza del perro.
—¡Parece que has engordado!
Amanecer no dejaba de lamerle la cara.

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