¿Qué? ¿Qué acababa de decir Nerea? ¿Que Álvaro había despertado?
¡Imposible!
Álvaro era un paciente en estado vegetativo. Llevaba más de veinte años postrado en una cama sin mostrar la más mínima señal de recuperación. Ni los médicos más prestigiosos del mundo habían podido hacer nada por él. ¿Cómo era posible que Úrsula, esa campesina, fuera más competente que ellos?
No, no podía ser.
Luna se quedó paralizada, su rostro palideciendo por momentos. Alejandra, a su lado, tampoco podía dar crédito a lo que oía. No sabía si reír o llorar. Sospechaba que estaba alucinando. Álvaro tenía la apariencia de un moribundo, ¿cómo iba a despertar de repente?
Luna se recompuso a una velocidad asombrosa y, fingiendo una gran emoción, se dirigió a Nerea.
—¿De… de verdad? ¿Ál-Álvaro despertó?
—Sí, así es —confirmó Nerea con una sonrisa radiante—. El amo ha despertado.
—¿Lo viste con tus propios ojos? —insistió Luna.
—Sí, lo vi con mis propios ojos —asintió Nerea—. Señorita Luna, si no me cree, venga conmigo al patio delantero y lo verá usted misma.
¿Con sus propios ojos? Si Nerea lo había visto, entonces era muy probable que fuera cierto. A Luna le faltó el aire, su mente era un caos. Pero no podía permitirse entrar en pánico. Tenía que mantener la calma, no podía perder el control.
—¡Vamos, Ale! ¡Vamos a ver a tu tío! —exclamó—. ¡Gracias a Dios que por fin se ha recuperado!
—Sí, mamá. —Alejandra se apresuró a seguir a su madre, luchando también por controlar sus nervios.
Nerea iba al frente, seguida por Luna y Alejandra.
—Mamá —susurró Alejandra, tomando el brazo de Luna—, ¿qué está pasando? ¿Cómo es que mi tío despertó de repente?
Estaba aterrada. Su reputación en Villa Regia ya estaba por los suelos; su única esperanza para recuperarse era convertirse en la heredera de la fortuna Solano. Pero ahora, Álvaro había despertado. Si él despertaba, seguiría siendo el jefe de la familia, y Úrsula, la heredera. ¿Qué lugar quedaba para ella?
No. Álvaro no podía despertar. Tenía que morir. Solo así Úrsula se convertiría en una asesina y ella podría, por fin, darle la vuelta a la situación y aplastarla.
—Tranquila, Ale. Primero vamos a ver qué pasa —dijo Luna, dándole una palmada en la mano. Una mirada sombría cruzó sus ojos—. Quizás solo sea el último destello de vida antes de morir.
Luna no podía dejar de pensar que algo andaba mal. ¿Cómo podía alguien sentenciado a muerte recuperarse de la noche a la mañana? ¿Gracias a una muchacha de pueblo con conocimientos de curandera? Era absurdo. Tenía que ser eso, un último suspiro.
Al oírlo, Alejandra respiró aliviada. Su madre tenía razón. La gente, antes de morir, a menudo experimenta una breve mejoría, como si estuvieran perfectamente sanos. Pero es solo un espejismo que dura unas pocas horas.


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