Álvaro sintió una mezcla de emociones indescriptible. Si su esposa supiera lo brillante y autosuficiente que se había vuelto su hija, seguramente estaría muy orgullosa.
—Por cierto, papá —añadió Úrsula—, la abuela y los tíos todavía no saben que has despertado. Deberíamos llamarles para darles la buena noticia.
—¡Sí, sí! —asintió Marcela—. Úrsula tiene razón, avísale a tu suegra.
Úrsula sacó su celular e inició una videollamada con Eloísa Gómez.
La mujer estaba en el jardín paseando a su perro. Al ver la llamada, levantó a su pequeño bichón frisé con una sonrisa.
—¡Mi niña, mira! La abuela también tiene un bichón. Así podrá ser el mejor amigo de Amanecer.
—¡Qué bien, abuela! —respondió Úrsula.
De repente, Eloísa notó algo.
—Úrsula, mi vida, ¿tienes los ojos rojos? ¿Has estado llorando? ¿Quién se atrevió a molestarte?
El corazón de Úrsula se llenó de calidez. Apenas se notaba en el video, pero Eloísa lo había percibido al instante.
—No es nada, abuela. Nadie se atrevería a molestarme en Villa Regia. Quería darte una buena noticia.
—Primero dime por qué llorabas —insistió Eloísa—. Las noticias pueden esperar. ¡Lo único que me importa es saber por qué lloraba mi niña! ¿Quién se atrevió a hacerle daño? Si no fue nadie, ¿por qué ibas a llorar?
—Abuela, te voy a mostrar a alguien —dijo Úrsula con una sonrisa—. Cuando lo veas, entenderás por qué lloré.
—¿A quién? —preguntó Eloísa, frunciendo el ceño—. ¡Ya me dirá quién fue el valiente que se atrevió a hacer llorar a mi princesa! ¡Cuando lo vea, no se la va a acabar!
En ese momento, Úrsula movió el celular. El rostro de Álvaro apareció en la pantalla.
Eloísa se quedó boquiabierta, pensando que estaba soñando. Tenía que ser un sueño. ¿De qué otra forma podría estar viendo a su yerno, de pie y con tan buen aspecto?
—Suegra.
La voz de Álvaro la sacó de su estupor. Se llevó una mano a la boca, incrédula.

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