Alejandra era la hermana que había visto crecer. Conocía su carácter. Siempre había sido una niña buena, dulce e inocente. De pequeña, incluso alimentaba a los perros callejeros. ¿Una persona malvada tendría tanta compasión por los animales? Pedro estaba seguro de que Alejandra no era así. ¿Traicionarlo a él? ¡Era su hermano! ¡Imposible!
Para Pedro, Marcela estaba exagerando. Como odiaba a Alejandra, no quería que le fuera bien. Antes, la consideraba una mujer de mente abierta. Pero ahora veía que no era así. Su corazón no era tan grande como pensaba. No solo no era grande, sino que era un poco egoísta.
Aunque, pensándolo bien, no podía culparla. Marcela siempre había sido una anciana razonable. Fue después de la llegada de Úrsula que todo cambió. Era obvio que Úrsula la había influenciado. Seguramente le había contado mentiras sobre Alejandra.
Úrsula se había criado en el campo y sus modales dejaban mucho que desear. Una hija de la familia Solano comportándose como una campesina, era una vergüenza. Y Marcela, que ya chocheaba, se creía todo lo que le decía. ¿Acaso no tenía criterio propio? ¿Tan importante era la sangre? Solo porque Úrsula era de la familia, ¿podía Marcela ignorar la verdad, confundir una perla auténtica con una falsa? ¡Estaba claro! ¡Alejandra era la verdadera perla!
Al ver a Pedro tan convencido, Marcela frunció el ceño.
—Pedro, no seas tan impulsivo —insistió con voz cansada—. Alejandra no es lo que parece. De tal palo, tal astilla. Luna, por dinero, destrozó la familia de tu tío. Tu tía sigue desaparecida. Con una madre así, ¿crees que Alejandra puede ser buena?
Alejandra había crecido con Pedro, pero también bajo la mirada de Marcela. Como su tía abuela, sabía lo difícil que había sido su camino, lo mucho que le había costado llegar a donde estaba. No podía quedarse de brazos cruzados mientras se dirigía a un precipicio.
¡Alejandra era una mala influencia! Cualquiera que se acercara a ella acabaría mal.
—Tía abuela, ¿no cree que usted tiene demasiados prejuicios contra Ale? —replicó Pedro—. Sí, Luna hizo cosas terribles, pero Luna es Luna, y Ale es Ale. No puede meterlas en el mismo saco. Ale es inocente, no ha hecho nada malo. Su único error fue no poder elegir dónde nacer.
Si había que culparla de algo, era de haber nacido de Luna. Si hubiera sido hija de Valentina, si tuviera la sangre de los Gómez, ¿Marcela la habría tratado con tanta crueldad? ¡Imposible!
Pedro se sentía cada vez más decepcionado.
—Tía abuela, entiendo que no quiera seguir cuidando de Ale. Al fin y al cabo, ya tiene a su nieta de sangre. Usted puede darle la espalda, pero yo no. Soy su hermano.
Y un hermano siempre protege a su hermana.


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