Normalmente, Fernanda lo despertaba a las ocho en punto.
—La señorita Garza me dijo que ha estado trabajando mucho y que lo dejara dormir —respondió ella con una sonrisa.
El corazón de Pedro se llenó de calidez. Su prima era un verdadero sol. Justo en ese momento, Alejandra salió de la cocina con un delantal puesto.
—Pedro, baja a comer. ¡Hoy preparé el desayuno yo misma!
Parecía la misma de siempre. Nadie podría adivinar el golpe que había dado la noche anterior mientras él dormía. Al oler la comida, Pedro se dirigió al comedor. Alejandra había aprendido a cocinar para complacer a Marcela, y su sazón era excelente. Además, presentaba los platos de una forma tan bonita que daba gusto verlos.
—Ale, ¿tú hiciste todo esto? —preguntó Pedro, asombrado ante la mesa llena de comida.
Antes de que ella pudiera responder, Fernanda intervino:
—Así es, señor. Todo lo hizo la señorita Garza. Le ofrecí mi ayuda en la cocina, pero no me dejó. ¡Qué suerte tiene de tener una prima tan buena!
Fernanda tenía una excelente impresión de Alejandra. La razón era simple: Alejandra siempre la dejaba salir una hora antes de su horario. ¿A qué trabajador no le gusta eso?
Pedro, aún más contento, se sentó y probó un sándwich. Le levantó el pulgar a Alejandra.
—¡Está delicioso! ¡Eres increíble, Ale!


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Cenicienta Guerrera