Cualquier otra abuela estaría dando saltos de alegría con un nieto político así.
—Primero —explicó Marcela—, Úrsula todavía es muy joven. Lo más importante para ella ahora es disfrutar de la vida, no pensar en casarse y tener hijos. Segundo, aunque Israel es un buen partido en muchos aspectos, nunca ha tenido una relación seria.
Marcela miró a Luana.
—¿Y sabes por qué?
—¿Porque nadie en este círculo está a su altura? —supuso Luana—. Además, ¿no es una ventaja que no haya tenido novias? Demuestra que no es un mujeriego.
—No —negó Marcela—. Es porque es un tacaño. ¡Jamás gasta un peso en una mujer con la que no tenga un lazo de sangre!
La fama de codo de Israel era bien conocida en su círculo.
—Y eso no es todo —continuó—. Dicen que si su sobrino le pide el carro prestado, le exige que se lo devuelva con el tanque lleno. ¡Ni una manzana podrida tira a la basura en su casa! Todo gira en torno al dinero. Imagínate, si es así con su propia familia, ¡salir con él debe ser una pesadilla! La que esté con él no recibirá ni un vaso de agua.
Solo de pensar que su nieta pudiera estar con alguien tan miserable, a Marcela se le revolvía el estómago. Ella quería darle a Úrsula lo mejor del mundo, ¿cómo podría soportar verla sufrir así? Por eso, una relación entre ellos era impensable, sin importar lo brillante que fuera Israel.
Luana se quedó boquiabierta.
—¡No puedo creerlo! ¡El señor Ayala está en el top 10 de los más ricos del mundo! ¿Quién diría que es tan tacaño en privado?
Nadie se lo creería.
—Exacto. Por eso, Úrsula no puede, bajo ninguna circunstancia, salir con él.
Luana asintió.
—Nuestra señorita es demasiado valiosa para estar con un hombre tan miserable.
¿Y qué si Israel era el príncipe azul de Villa Regia? ¡Su señorita era el amor platónico de todos los solteros del mundo!

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