Tenía que ser una broma.
Era imposible que a Pedro, con lo sano que estaba, le hubiera pasado algo.
—Señora Marcela, sé que es difícil de aceptar, pero no estoy bromeando. Por favor, vaya al hospital ahora mismo.
Marcela sintió que las fuerzas la abandonaban. Las piernas le flaquearon y se desplomó en el suelo.
—¡Pedro! ¡Ay, mi Pedro!
Lo había visto crecer. Ese niño, sin padre ni madre, había tenido una vida llena de obstáculos y dificultades. Jamás, ni en sus peores pesadillas, imaginó que él se iría antes que ella.
Los lamentos de Marcela alertaron a la empleada, que entró corriendo en la habitación.
—Señora, ¿se encuentra bien?
Al verla en el suelo, se asustó y la ayudó a levantarse.
—Señora, ¿qué le pasa?
—Rápido… prepara el carro —sollozó Marcela, al borde del desmayo—. Tengo que ir al Hospital Central de Villa Regia.
—Enseguida —asintió la empleada.
Marcela no recordaba cómo llegó al carro, ni cómo caminó hasta la habitación del hospital. Cuando entró, Marcos ya estaba allí.
Pedro yacía en la cama, cubierto por una sábana blanca que le tapaba incluso la cabeza.
Al ver esa escena, el dolor que sentía Marcela se desbordó. Apartó a la empleada que la sostenía y se abalanzó sobre la cama, abrazando el cuerpo inerte.

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