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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 748

Eran sus flores favoritas, los lirios del valle.

—¡Bienvenida a San Albero, jefa!

Úrsula se quedó perpleja por un momento. Al levantar la vista, se encontró con los ojos atractivos de un hombre.

Él, vestido con un traje impecable y con un ramo de flores en la mano, parecía un presidente de telenovela que hubiera salido de la pantalla, haciendo que muchos se giraran para mirarlo.

—¡Israel!

Ella soltó la maleta, le rodeó el cuello con los brazos y saltó sobre él.

Israel la sujetó con firmeza.

—Úrsula, ¿te ha gustado la sorpresa?

—¡Me ha encantado! —Úrsula le dio un beso fugaz en los labios—. ¿Qué haces aquí?

—Tenía un asunto de trabajo por aquí.

—Con razón —dijo Úrsula, con una sonrisa radiante. Al oler su aroma familiar, sintió que su ánimo mejoraba—. Ya puedes bajarme.

—Puedo contigo. —Israel la sostenía con un brazo y con el otro llevaba su maleta.

Úrsula sonrió.

—Hay mucha gente, vamos a dar mal ejemplo a los niños.

Israel entonces la bajó.

Úrsula, como de costumbre, se sentó en la maleta, e Israel la empujó como si fuera un cochecito de bebé.

Israel no había traído conductor, había venido él mismo.

Después de media hora de trayecto, el carro llegó a Villa Castillana.

Úrsula se desabrochó el cinturón de seguridad y bajó.

—Ya he llegado, puedes irte.

Israel también se desabrochó el cinturón.

—Hace mucho que no veo a Fabián, voy contigo. Antes de que fuéramos novios, también te traía a menudo. Diremos que nos hemos encontrado por casualidad en el aeropuerto.

—¡Bueno, está bien! —asintió Úrsula.

Israel también bajó del carro.

Además de los regalos que había preparado Marcela, Israel también había traído muchos para Fabián.

La noche anterior, al preparar su viaje a San Albero, Israel se había esmerado.

De momento, no podía ganarse el favor de su futuro suegro, pero al menos tenía que contentar a su futuro abuelo.

Así tendría un aliado más.

Los dos, cargados con las cosas, se dirigieron a la villa.

Aunque la puerta estaba cerrada, Úrsula tenía reconocimiento facial.

—¡Abuelo! ¡Ya he vuelto!

Al oír la voz de Úrsula, Fabián salió corriendo de la casa, sonriendo.

—¡Úrsula!

—¿Por qué has traído tantas cosas?

—Son de mi abuela —dijo Úrsula con una sonrisa.

Al girar la vista, Fabián vio a Israel, que estaba al lado de Úrsula.

—¿Ayala?

Fabián tenía una buena impresión de este joven, le parecía muy educado.

—Hola, Fabián —saludó Israel con mucha cortesía, dejando las cosas que llevaba en el suelo del salón.

Úrsula continuó:

—Me encontré con Israel en el aeropuerto, así que me trajo.

—¡Qué amable de tu parte, Ayala! ¡Traer a Úrsula y con tantas cosas! —añadió Fabián—. Justo he hecho fideos caseros. Aún no has comido, ¿verdad? ¡Siéntate y come con nosotros!

Úrsula miró a Israel.

—Tienes suerte, los fideos de mi abuelo son los mejores del mundo.

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