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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 78

Marcela siempre había soñado con que su nieta se hiciera cargo del enorme emporio familiar. Pero ni siquiera le dio tiempo a crecer, y la tragedia ya había caído sobre ellos.

A decir verdad, Marcela no era una mujer de lágrima fácil.

Había enviudado joven, y aun así, aguantó la presión. Sostuvo al Grupo Solano con mano firme mientras criaba a sus dos hijos. Cuando la mitad de su vida ya se le iba, la golpeó la desgracia: su hijo quedó en coma, y sobre su nuera y su nieta cayó un manto de incertidumbre, como si el destino las hubiera tragado.

Aun así, ella se aferró al único consuelo: algún día, lograría reunir a la familia. Volverían a estar juntos.

Pero ahora...

Ya habían pasado diecinueve años.

De una mujer de cuarenta y dos años, se había convertido en una anciana de sesenta y uno. Sentía cómo la esperanza se desvanecía lentamente, y cada día percibía más el peso de los años sobre su cuerpo.

Era una sensación que destrozaba el alma.

No sabía si de verdad le alcanzaría la vida para ver regresar a su nieta.

En sus sueños, una y otra vez volvía a encontrarse con su nuera y su nieta. Pero siempre despertaba para descubrir que solo era eso: un sueño.

Nadie podía entender ese dolor.

Nadie compartía esa angustia.

¡Cuánto deseaba recuperar a su nieta!

En todos estos diecinueve años, muchas jóvenes se habían presentado en la familia Solano diciendo ser la nieta perdida. Varias de ellas incluso tenían un aire parecido a Álvaro, pero las pruebas de parentesco siempre traían la misma desilusión para Marcela.

—Ami va a regresar, Ami tiene que regresar —Luna abrazó a su madre con fuerza, sus ojos también enrojecidos—. Tiene que regresar, mamá. Además, todavía tienes a Ale. Ale también es tu nieta, y hará todo por verte feliz, por darte una vida llena de alegría.

Ale, o Alejandra Garza, era la hija de Luna Solano. Tenía veintidós años, era una joven brillante y el ejemplo perfecto de una heredera de familia poderosa.

—Ale es Ale y Ami es Ami —insistió Marcela, limpiándose las lágrimas—. Las dos llevan la sangre de la familia Solano, pero no son iguales. Por más que quiera, Ale no es Ami. Son diferentes.

Solo quería a su Ami.

Nadie más.

Nadie podría ocupar su lugar.

Luna bajó la mirada, y por un momento, en sus ojos se asomó un destello de pensamientos difíciles de descifrar.

Álvaro era el único que conocía la verdad. Solo él podía revelar lo que en verdad sucedió, y así, tal vez, lograr que quienes movieron los hilos pagaran por lo que hicieron.

Luna, parada detrás de su madre, escuchaba las palabras de la anciana con los ojos empañados. Se inclinó y también tomó la mano de su hermano.

—Álvaro, por favor, despierta. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando este día? Diecinueve años...

En ese instante, una de las empleadas pasó cargando una bolsa con medicamentos.

Luna se limpió las lágrimas.

—Déjame a mí, yo le doy la medicina a Álvaro.

La empleada le entregó los medicamentos, ya triturados y listos para administrar. Luna los disolvió en agua y, con movimientos seguros y acostumbrados, los introdujo por la sonda nasal hasta el estómago de su hermano. Cualquiera podía notar que estaba acostumbrada a cuidar de Álvaro.

La verdad, Luna sentía un cariño profundo por su hermano. Cada dos o tres días, era ella misma quien se encargaba de darle la medicina.

Marcela contemplaba a su hijo, y las lágrimas volvieron a brotar.

—Álvaro, hijo mío, ¿cómo se supone que viva tu madre con este dolor? ¿Cómo se supone que siga adelante si solo te tengo así?

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