Al oír a la abuela Barragán, Tina apretó los puños disimuladamente.
—Claro que sí, señora, no se preocupe. Yo misma me encargaré de que la señora se tome todo el medicamento.
La abuela Barragán asintió, satisfecha, y se dio la vuelta para irse.
Hoy era el cumpleaños de Wendy.
Había muchas cosas que atender en el salón principal.
Como Bianca y Armando iban a venir en persona para felicitar a Wendy, muchos nobles y gente de la alta sociedad los habían acompañado.
La escala del evento era impresionante.
En un momento así, era natural que la abuela Barragán estuviera en el salón principal recibiendo a los invitados.
Al llegar a la puerta, se dirigió al mayordomo que esperaba afuera.
—Pon a más gente a vigilar a esa zorra miserable. ¡Por nada del mundo dejes que vaya al salón principal y les dé mala suerte a los invitados!
—Sí, señora —respondió el mayordomo, inclinándose con respeto.
La abuela Barragán no fue directamente al salón, sino que se dirigió a la capilla. Encendió tres veladoras y se arrodilló respetuosamente ante la imagen de la Virgen María. «Santa María, Madre de Dios, te ruego que protejas a mi hija Wendy, que todo le salga bien y que asegure su lugar como duquesa».
Una vez que Wendy se casara con un Avery, ellos también podrían regresar a su país por la puerta grande.
Después de rezar, la abuela Barragán se dirigió sin prisa hacia el salón principal.
Para entonces, los invitados ya habían comenzado a llegar.
Wendy estaba atendiéndolos.
Al ver a la abuela Barragán, se acercó de inmediato.
—Mamá, ¿ya te encargaste de la infeliz esa?
La abuela Barragán asintió.
—Tranquila, ahora mismo es como un pájaro enjaulado. No puede hacer nada.
Sin sus recuerdos, Valentina era mansa como un cordero.
Si su suegra le decía que fuera al este, no se atrevía a ir al oeste.
Si le ordenaba ir al norte, no osaba ir al sur.
Como le había prohibido ir al salón principal y había puesto gente a vigilarla, era obvio que Valentina no se atrevería a desobedecerla.
Wendy asintió, sintiéndose más tranquila.
—La señorita Miriam ha llegado.
Justo en ese momento, se escuchó la voz de un sirviente desde la entrada.
«¿Y esta qué hace aquí?», pensó Wendy, frunciendo el ceño.
Miriam era una de las tantas pretendientes de Armando, además de ser hija de un noble del País del Norte.
Armando tenía un principio: aunque era un mujeriego, no se metía con amigas ni con nadie de su círculo social.
Por eso, el amor de Miriam llevaba años sin ser correspondido.
Lo más importante era que Wendy y Miriam apenas se conocían. Que Miriam viniera a su fiesta de cumpleaños en este momento solo podía significar una cosa.
¡Había venido a competir con ella por Armando!
Wendy no ocultaba deliberadamente su identidad como *influencer*, así que Miriam seguramente había visto el comentario.
Ese que decía que Armando la invitaría a bailar la primera pieza de la noche.
¡Esa Miriam era una verdadera descarada!
Armando claramente no la quería, pero ella insistía en seguirlo a todas partes.
¿Cómo podía ser tan cínica?
Qué asco.
Aunque por dentro le daba asco una persona como Miriam, ahora que ya estaba aquí, no podía recibirla con mala cara.
Además, Miriam era de la nobleza.
—Señorita Miriam —le sonrió Wendy mientras se acercaba.
Miriam asintió.
—Señorita Barragán, feliz cumpleaños.
—Gracias. Pasa, por favor.
Miriam entró, pero su mirada no dejaba de recorrer el lugar. Al poco rato, preguntó:
—Señorita Barragán, ¿el duque Wyll todavía no llega?
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