—¡Te pregunto que a quién quieres provocar!
—¡Cualquiera! ¡No eres más que una cualquiera regalada!
La abuela Barragán sujetaba con una mano el cabello de Valentina con todas sus fuerzas, mientras que con la otra sacó una aguja que siempre llevaba consigo y empezó a clavársela, una y otra vez, sin piedad.
Hoy era el cumpleaños de Wendy, no podía haber sangre.
Por eso…
Usar una aguja era perfecto.
Dolía.
Y no dejaba marcas.
Mientras la picaba, la abuela Barragán decía con saña:
—¡Muérete, prostituta! ¡Descarada! ¡Mi hijo se murió por tu culpa y tú todavía piensas en andarte ofreciendo a otros hombres! ¡A ver si con esto se te quitan las ganas!
Un recuerdo familiar y aterrador la invadió de repente. Valentina abrió los ojos de par en par; recordaba que, veinte años atrás, justo después de despertar, su suegra también la había picado con agujas.
Pero hacía mucho tiempo que no usaba una.
Le dolía mucho.
En el instante en que la punta de la aguja perforaba su carne, el dolor era tan intenso que sentía que no podía respirar.
El rostro cruel de la abuela Barragán se superpuso con el de hacía veinte años, volviéndose cada vez más nítido.
Al mismo tiempo, Valentina sintió una voz masculina resonar en sus oídos: «Amelia… ¿qué te parece Amelia para nuestra hija? Suena tan dulce».
Luego, una melodiosa voz femenina: «Amelia es precioso. Y de cariño, podemos decirle Ami».
«Me encanta. Entonces está decidido, Valentina. Nuestra hija se llamará Amelia. Nuestra pequeña Ami».
Valentina…
¡Amelia!
Valentina sintió como si algo dentro de su cabeza estuviera a punto de estallar.
Por un lado, el dolor de las agujas; por otro, el tormento en su mente. Finalmente, no pudo soportarlo más y se desmayó.
¡Pum!
Valentina se desplomó en el suelo.
Al verla en el piso, la abuela Barragán le dio una patada.
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