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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 847

En ese momento, el rostro de la abuela Barragán estaba desfigurado por el odio; era una visión fea y aterradora, como un demonio que hubiera emergido de las profundidades del infierno.

O quizá, era algo peor.

Úrsula apenas podía imaginar cómo su madre había sobrevivido a veinte años de aquello.

Con razón estaba tan delgada.

Con razón se despertaba sobresaltada por las noches.

¡Con razón sufría de desnutrición!

Con razón ahora era tan cautelosa con todo lo que hacía…

—Azucena Barragán, grábate bien la cara que tienes ahora —dijo Úrsula, apretando el puño derecho con fuerza. Sus ojos se clavaron en la abuela, y pronunció cada palabra con una claridad escalofriante—: ¡Haré que tú y tu hija deseen estar muertas!

Cada sílaba estaba cargada de un frío mortal que, incluso a través del cristal, era capaz de helar los huesos.

Hasta la abuela Barragán se sintió intimidada por esa versión de Úrsula.

«¡Qué extraño! No es más que una mocosa de veintitantos años. ¿De dónde saca esa autoridad?».

¡Ja!

La abuela Barragán entrecerró los ojos y bufó para sus adentros.

¿Y qué importaba si tenía esa actitud?

Ahora mismo, Úrsula no era más que una prisionera.

Un pájaro enjaulado al que no le quedaba mucho tiempo.

Para ella, acabar con Úrsula era más fácil que aplastar una hormiga.

Al pensar en esto, una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.

—¿Desear estar muertas? ¡Qué ridículo! Amelia, ¿todavía no entiendes tu situación? Apenas puedes salvar tu propio pellejo. ¿Venganza? ¡Quizá en tu próxima vida!

Luego, levantó la vista hacia Úrsula, y su voz gélida volvió a sonar:

—No, una basura como tú, ni en la próxima vida, ni en la que sigue, podría lograr algo.

Al terminar, la abuela Barragán estalló en una carcajada de satisfacción.

Le encantaba ver a esa maldita de Amelia odiándola sin poder hacerle nada.

¡Qué placer!

Sentía un alivio inmenso.

***

Mientras tanto, en el Castillo Blanchard.

Habían pasado otras dos o tres horas, y seguía sin haber noticias de la Doctora W. Mélanie Boulanger, desesperada, se acercó de nuevo a Mathis.

—¿Ha respondido la Doctora W?

Mathis también empezaba a preocuparse.

—Todavía no.

—¡Cómo es posible! —El rostro de Mélanie estaba pálido—. ¿Habremos hecho algo para ofenderla y por eso ya no quiere venir?

Ahora mismo, solo esa doctora milagrosa podía salvar a Eliott.

Nadie podía imaginar la angustia que sentía Mélanie.

—Mi jefa no es de las que se ofenden por pequeñeces —dijo Mathis, entrecerrando los ojos, con un mal presentimiento—. Algo pasó. ¡Estoy seguro de que algo le pasó!

—¿Que algo le pasó? —preguntó Mélanie de inmediato.

—Sí —asintió Mathis, y añadió con urgencia—: ¡Reina, tenemos que movilizar a la Guardia Secreta para encontrar a mi jefa de inmediato!

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