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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 91

Las palabras de Tomás cayeron como sentencia, sin lugar a dudas.

Después de todo, Fabián llevaba un tiempo pidiéndole ayuda para ver si alguien de su familia podía meter a Úrsula en la Escuela Montecarlo.

Si Úrsula tuviera el talento suficiente, no necesitaría el favor de nadie.

Además…

Los directivos de la Escuela Montecarlo que estaban buscando a Úrsula sabían que ella vivía en el edificio número 5.

Si no recordaba mal, Fabián vivía en el edificio número 2.

A ese viejo sí que no le daba pena nada.

¿De verdad pensaba que su nieta era la gran cosa?

En un principio, cuando escuchó el nombre de Úrsula entre los colegas, Fabián se emocionó bastante, pero Tomás lo bajó de la nube con un solo comentario, como si le hubieran aventado un balde de agua helada.

Miró a Tomás y preguntó:

—Tomás, mira, no digo que no pueda haber otra persona con el mismo nombre, pero mi nieta es de las mejores en la escuela. ¿Cómo es que no podría pasar el examen de la Escuela Montecarlo? ¿Lo dices en serio? Te lo juro: si mi nieta logra entrar, te vas a tener que comer una porquería bien fea.

Tomás asintió con calma.

—Así es. Pero eso sólo si tu nieta logra pasar el examen.

—Perfecto, Tomás, ya lo dijiste. No te me vayas a rajar después.

A Tomás no le interesaba perder tiempo discutiendo con Fabián, así que apresuró el paso para alcanzar a los directivos.

—Director Facundo, director Sánchez, por aquí, síganme —llamó, guiando a los dos hombres.

Apenas se marcharon Tomás y los directivos, los demás compañeros se acercaron a Fabián para consolarlo.

—Méndez, no te lo tomes a pecho, Tomás siempre ha sido así, tiene la lengua bien filosa —comentó uno.

Fabián soltó una risa sin preocupación.

—No pasa nada, los hechos hablarán por sí solos. Yo confío en que mi nieta va a entrar a la Escuela Montecarlo.

Uno de sus compañeros lo miró con una mezcla de lástima e incomodidad.

La mayoría pensaba que Fabián estaba simplificando demasiado las cosas.

Aunque Tomás había sido brusco, no estaba del todo equivocado.

Úrsula llevaba un año sin estudiar, así que pensar en pasar el examen de ingreso a la Escuela Montecarlo era tan difícil como alcanzar la luna.

Mientras tanto.

Tomás ya había llegado con los dos directivos hasta la puerta de la familia Méndez. Con una sonrisa servicial, se ofreció:

—Director Facundo, director Sánchez, permítanme tocar la puerta.

En su mente, los estudiantes sobresalientes siempre llevaban lentes gruesos y rara vez se preocupaban por su aspecto… En su experiencia, tanto chicos como chicas, si eran tan guapos, seguro no se la pasaban estudiando todo el día.

Pero Úrsula rompía por completo ese estereotipo.

Definitivamente, esta muchacha no era como los estudiantes ejemplares que ellos conocían.

Facundo no tardó en presentarse:

—Mucho gusto, Úrsula. Yo soy Facundo Rosales, director de la Escuela Montecarlo. Felicidades: aprobaste el examen de ingreso y, además, ¡sacaste el primer lugar! Él es el director Sánchez. Venimos personalmente para invitarte a que vayas a la escuela a realizar el trámite de inscripción.

Úrsula escuchó lo del primer lugar, pero en su cara apenas hubo reacción.

Para ella, eso era lo esperado.

—Buenas tardes, Facundo, director Sánchez. ¿Quieren que vayamos ahora mismo a hacer el trámite?

—Sí, ¿te queda bien ir ahora? —preguntó Facundo—. Si necesitas tiempo, podemos esperarte aquí, o si prefieres, mandamos a alguien con los papeles para que los firmes.

Era claro que no querían perder la oportunidad con la primera de la lista.

Con ese resultado, si la noticia se filtraba, seguro otras escuelas vendrían a buscarla.

—No hay problema, sólo déjenme avisar a mi abuelo —respondió Úrsula.

Mientras marcaba el número de Fabián, caminó junto a los tres hombres hacia el elevador para bajar al primer piso.

A pesar de que el teléfono no contestaba, apenas salieron al patio del edificio, Úrsula vio a Fabián y a los compañeros acercándose desde el otro lado.

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