—Perdón. —Jaime dejó ver una chispa de diversión en sus ojos—. Entonces, ya no mencionaré el tema.
Jaime echó un vistazo a su reloj de pulsera y añadió:
—Me dio hambre. Señorita Galindo, ¿todavía no ha cenado?
—No, todavía no —respondió Vanesa con una sonrisa—. Recuerdo que le debo dos comidas al presidente Morán, pero la verdad, me parece que está algo cansado...
—Nada de eso —interrumpió Jaime de inmediato—. Al menos para ir a cenar, todavía me quedan fuerzas.
—Entonces, ¿le invito a cenar, presidente Morán?
—Sería un honor aceptar su invitación.
Jaime se adelantó para abrirle la puerta del carro.
...
No tardaron en llegar a un restaurante con estilo clásico; la puerta se abrió suavemente y un mesero vestido con traje elegante los condujo a un privado junto a la ventana.
—¿Qué le gustaría comer, señorita Galindo?
Ambos hojeaban el menú en silencio. Los dedos de Vanesa se detuvieron sobre un platillo: “Loto glaseado con miel”. Por un instante, sus pensamientos volaron al pasado.
De niña, después de sus clases de baile, su mamá siempre le preparaba ese postre: suave, dulce y con ese aroma que le llenaba el alma.
—Ve despacio, toda esta charola es tuya.
—¿Mamá, bailé bonito hoy?
—Por supuesto, mi Vane es la mejor de todas.
Sin darse cuenta, una sonrisa se asomó en sus labios. Vanesa murmuró:
—Quisiera pedir ese loto glaseado, por favor.
Luego levantó la mirada hacia Jaime y, sonriendo, añadió:
—Lo demás, se lo dejo a usted, presidente Morán.
Jaime no se hizo de rogar y ordenó varios platillos.
Vanesa notó que todos los platos que él eligió eran ligeros y suaves, sin nada picante ni ingredientes que pudieran afectar el estómago.
Todavía recordaba que ella no toleraba bien ciertos alimentos.

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