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La Danza del Despertar romance Capítulo 103

—Así es, me alegro muchísimo, Rai —Rosa acarició suavemente su vientre, con una ternura que desbordaba—. De ahora en adelante, los tres juntos vamos a ser muy felices.

—Sí, Rosi. Descansa un rato, ¿sí? Yo iré a buscar al doctor para preguntarle si hay algo que debamos cuidar especialmente —respondió Raimundo, poniéndose de pie y saliendo de la habitación.

Apenas Raimundo se fue, Rosa tomó su celular, le sacó una foto al reporte del ultrasonido y se la envió a Vanesa.

Sabía que Vanesa la tenía bloqueada en todos lados, así que usó un número alternativo, enviando el mensaje por ese otro celular.

[Señorita Galindo, estoy embarazada. Tenía muchas ganas de compartir esta noticia contigo.]

Rosa estaba convencida de que Vanesa entendería de inmediato quién era el padre. Aunque Vanesa parecía estar al borde de la muerte, hacerla pasar por un momento de dolor y desesperanza antes del final... solo de pensarlo, Rosa sentía una satisfacción venenosa.

Lo que Rosa no sabía era que Vanesa ya había cambiado de número, así que nunca llegó a ver ese mensaje.

...

Desde que entró al Grupo Galindo, Vanesa se obligó a concentrarse por completo en el trabajo, al menos por un tiempo.

Sin embargo, de vez en cuando, durante los recesos, los recuerdos de Jaime regresaban inevitablemente a su mente.

Había pasado una semana ya.

¿Dónde estaría Jaime ahora? ¿Cómo estaría?

La noche cubría ya la ciudad cuando Vanesa terminó de revisar el último expediente y bajó en el elevador al estacionamiento subterráneo.

No se esperaba lo que encontró allí: junto a su carro, había estacionado un vehículo negro, y apoyado contra la puerta del conductor, un hombre la esperaba.

La luz amarillenta de los focos envolvía su figura con un resplandor difuso. Su perfil marcado, la postura firme y segura... Vanesa sintió cómo el aire se le quedaba atorado en el pecho. Era Jaime.

Llevaba la camisa semiabierta, dejando ver apenas la clavícula. Sus cejas, siempre serias y definidas, mostraban ahora señales de cansancio, pero en cuanto la miró, sus ojos brillaron con una intensidad desbordante.

Vanesa no pudo evitar que su paso se volviera más lento, mientras su corazón comenzaba a latir con fuerza.

—¿Desde cuándo regresaste? —preguntó en voz baja.

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