—Creerse demasiado tampoco es buena idea.
Vanesa miró la hora y soltó, con un tono seco:
—Ya va a empezar la junta, presidente Ávalos. Mejor deje de hablar de cosas sin sentido.
Se dio la vuelta para irse, pero Raimundo, observando su espalda, de pronto le lanzó una advertencia:
—Vane, mantente alejada de ese Morán.
—No tienes derecho a meterte en mi vida —respondió ella, cansada y fastidiada.
—Él no tiene buenas intenciones contigo.
Vanesa dejó escapar una risa burlona.
—Presidente Ávalos, en vez de andar pensando eso, mejor pregúntese si no ha hecho cosas tan graves que hasta los demás ya no pueden soportarlo.
Sin decir más, abrió la puerta de la oficina y salió.
Raimundo la vio marcharse y el malestar creció en su interior. Había esperado que ella diera el primer paso para reconciliarse y, como no lo hizo, él mismo trató de hacerlo, pero ni así obtuvo respuesta.
Vane, ¿qué más quieres que haga para que dejes de estar así?
...
Cuando terminaron la reunión con el cliente y discutieron los detalles del proyecto, ya era hora de salir del trabajo. Vanesa ni siquiera volteó a ver a Raimundo; salió de la empresa sin mirar atrás.
Raimundo seguía molesto. Justo en ese momento, uno de los altos ejecutivos entró a su oficina para informarle algo.
—Intentamos contactar al Grupo Galindo, pero nadie de allá nos responde... presidente Ávalos, creo que el Grupo Galindo no está interesado en trabajar con nosotros —dijo el ejecutivo, con suma cautela.
Raimundo lo miró con una expresión cortante.
—¿Ni siquiera pueden encargarse de algo tan sencillo? ¿Para qué les pago, para tener un montón de inútiles?
El ejecutivo se quedó helado. Quiso replicar, alegar que conseguir una alianza con Grupo Galindo estaba lejos de ser algo sencillo, pero el rostro tenso de Raimundo lo convenció de guardar silencio.
En el fondo, Raimundo solo estaba descargando su enojo. Sabía perfectamente que asociarse con Grupo Galindo sería un golpe de suerte para la empresa: si lograban ese acuerdo, Grupo Ávalos ganaría millones.

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