Agustín estuvo a punto de caerse al suelo, pero Rosario lo sostuvo con firmeza.
—¿Cómo puedes hablar así de tu madre?
—Si no fuera por criar y cuidar de ti, su salud no estaría tan mal.
Mariano se mantenía firme, con un aura tan distante que hasta sus ojos oscuros parecían llenos de veneno.
Agustín, acurrucado en los brazos de Rosario, tenía la cara enrojecida y las lágrimas rodaban como perlas grandes, cayendo una tras otra. Se sentía tan herido que no podía dejar de llorar, pero ni siquiera se atrevía a protestar.
Se aferró a Rosario, sollozando sin consuelo.
Rosario lo abrazó y le susurró palabras tranquilizadoras.
¿Por qué su mamá no podía ser como la señorita Rosario? De repente, sintió una enorme envidia de Renata, quien tenía a una madre tan dulce como Rosario.
Su papá nunca regañaba a Renata por culpa de la señorita Rosario, pero a él siempre lo reprendían por su mamá, y ahora hasta lo había golpeado.
Ojalá su mamá desapareciera. Así, la señorita Rosario podría ser su mamá.
—Agustín, ve y discúlpate con tu papá —le indicó Rosario en voz baja—. Fue decisión de la señora irse al extranjero, eso no tiene nada que ver con tu mamá.
Agustín, obediente y cabizbajo, se puso de pie y se dirigió a Mariano.
—Perdón, papá.
—Tienes que disculparte con tu mamá también. Ella está enferma. Más tarde compórtate bien, no la hagas enojar —le indicó Mariano con tono serio.
Agustín asintió.
—El carro ya te espera afuera. Te vas directo al aeropuerto, y sin mi permiso, no vuelvas —ordenó Mariano.
Rosario asintió con la cabeza una y otra vez, como si eso fuera lo único que podía hacer.
Pensaba que Agustín la ayudaría a quedarse, pero resultó ser tan poco útil que ni siquiera tenía el mismo peso que Renata en el corazón de Mariano.
Qué lástima que Renata no pudiera aparecer por ahora.
Begoña miraba a Agustín; la luz anaranjada del atardecer lo bañaba y hacía que su pequeña figura se alargara en el piso.
Mariano lo regañó, pero en el fondo era una manera de protegerla.
Y al apresurar la salida de Rosario, Mariano cumplía su promesa.
Sí, él la quería.
Por un instante, Begoña creyó ver al Mariano de antes.
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