¡Por fin era libre!
Por fin había dejado atrás ese remolino que le robaba el aire, que casi la asfixiaba.
Begoña se dejó envolver por la alegría de haberse ido, cuando de repente una punzada en el vientre le dobló el cuerpo, haciéndola soltar un gemido y apretarse el abdomen con ambas manos.
Solo entonces se dio cuenta: no estaba sola en el mundo.
Todavía llevaba a ese niño dentro.
Pero incluso a ese niño… tampoco lo quería.
De pronto, una mano grande apareció de la nada y cubrió su vientre, tapando su propia mano.
Begoña, aterrada, empujó esa mano creyendo que era algún pervertido, pero al alzar la vista se encontró con Mariano.
¡¿Qué hacía él en el avión?!
Desconcertada, se quedó mirándolo sin saber qué hacer.
Él siempre la encontraba, no importaba cuánto huyera.
Toda la alegría de haberse marchado desapareció, y solo quedó la mezcla amarga de impotencia y miedo.
Pero no iba a rendirse.
Aún le quedaban veintiocho días.
Todavía contaba con el apoyo del jefe.
Mariano, en cambio, no dio muestra de sorpresa. Con su calma habitual, la jaló hacia su pecho, hundió la cara en su cuello y aspiró profundamente su aroma, soltando un suspiro entrecortado.
—Amor, por fin te encontré.
Sintió algo frío y húmedo deslizarse por su cuello y meterse bajo la blusa. Begoña parpadeó, volviendo a la realidad, y vio los ojos oscuros de Mariano llenos de lágrimas.
Apenas era la segunda vez que lo veía llorar. La primera había sido el día de su boda.
Aunque, según le había contado su cuñada Ofelia Guzmán, cuando estuvo en la sala de parto, Mariano lloró tanto que asustó a todos.
En ese momento, Begoña pensó que Ofelia solo intentaba animarla.
Ahora, la mirada de Mariano, tan opaca y rota, parecía a punto de desmoronarse.
Él de verdad temía perderla.
El líquido frío siguió bajando desde la clavícula hasta el pecho de Begoña. Ella se cubrió el corazón con la mano, intentando aplacar el temblor que la presencia de Mariano le provocaba.
Recordó lo que le había dicho el jefe:
“Mariano te ama tanto que, si desapareces así de repente, va a enloquecer.”
¿Y de qué servía que la amara tanto, si la había traicionado?
No solo a ella, también a su hija muerta.
¿Cómo se atrevía a darle el nombre de su hija a la hija de otra mujer?
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