Ella envolvió un huevo y se lo pasó a Mariano para que se lo pusiera en la cara, sin mostrar el menor reproche hacia Begoña.
—Que un esposo reciba una bofetada de su esposa, solo hace que la relación se ponga más interesante —dijo con una sonrisa—. Pero, si mañana regresas a la empresa con la marca de los dedos en la cara, seguro que los empleados te van a estar molestando todo el día.
Ese asunto, la verdad, tenía a Rosario como la verdadera culpable, por haber provocado que su hijo recibiera una cachetada.
Por suerte, ya habían mandado a esa mujer fuera del país.
Aun así, aunque estuviera lejos, no pensaba dejarla tranquila.
Le quitaría la tarjeta que Mariano le había dado. Era hora de que aprendiera una lección, que experimentara lo difícil de la vida en el extranjero, para que dejara de comportarse como quisiera.
Rubén comió un poco y luego fue a acompañar a Tamara y Agustín.
Ofelia, en cambio, se quedó sentada al lado, observando a todos con su calma habitual.
—Me enteré que van a mudarse de vuelta —comentó alguien—. Ofelia y toda su familia regresaron solo por eso.
—Piensan quedarse unos días más en casa.
—Dejen el trabajo de lado por un rato, procuren volver temprano todos los días, ¿sí? —Catalina sirvió un trozo de pescado en el plato de Begoña—. Estos días, deja que Tamara pase más tiempo contigo, para que tengas mejor suerte con los niños.
Catalina dirigió la mirada al vientre de Begoña.
—Dicen que los niños atraen a los niños, que a los pequeños les encanta estar juntos.
Era su forma indirecta de presionar a Begoña para que tuviera otro hijo, pero ella no dijo ni una palabra, simplemente escuchó con una expresión distante, como si nada de eso le importara.
Después de casi diez años buscando la aprobación de Catalina, era la primera vez que Begoña la ignoraba sin titubear.
Catalina, con el tenedor a medio camino hacia el plato de Begoña, se detuvo un segundo antes de dejar el pescado.
—Bego, en unos días será el aniversario luctuoso de tu madre. ¿Quieres preparar algo especial este año para la ceremonia? Si no tienes nada en mente, yo puedo organizarlo como siempre. Tu madre, desde el cielo, seguro te está cuidando y desea que pronto tengas una niña.
Begoña levantó la vista y miró directo a Catalina. Antes, su mirada era sumisa y tranquila; ahora, sus ojos parecían cuchillos, tan filosos y fríos que a Catalina le recorrió un escalofrío por el cuerpo.
¿Con qué derecho mencionaba a su madre?
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