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La Desaparición de la Esposa Hacker romance Capítulo 33

—Mi hermano jamás haría algo así, jamás traicionaría a mi cuñada.

Ofelia, con los ojos llenos de un rencor apenas contenido, se volvió hacia Mariano y le soltó:

—En su momento, yo solo quería que, después de haber compartido una vida en pareja, y por Tamara, pudiéramos separarnos en paz, cada quien por su lado. Pero ya no más.

—Hermano, él le fue infiel en el matrimonio, mantenía a una universitaria, la llevaba a todos lados, en público la presentaba como si fuera la señora Guzmán y hasta permitió que quedara embarazada. Una tras otra, sus faltas son imperdonables.

—Quiero que se vaya sin nada, no quiero volver a verlo nunca en mi vida.

—Jamás lo voy a perdonar.

Mientras Ofelia desgranaba cada palabra, con el dolor marcado en el rostro y la voz rota por el llanto, Begoña sentía cómo le dolía el pecho, como si la angustia de su amiga fuera propia.

Era su misma historia, su mismo sentir.

Pero Mariano no reaccionaba. Inmóvil, casi ajeno, como si nada de eso le importara.

Begoña sintió que no podía quedarse más tiempo ahí; temía perder el control, terminar haciendo lo mismo que Ofelia, enfrentar la verdad y desafiar a Mariano cara a cara.

Él no era Rubén, pero tampoco tenía un hermano como Mariano que la defendiera.

En la jaula dorada que Mariano le había construido, ella estaba aislada, sin nadie a su lado.

Begoña salió del salón, dispuesta a buscar a los niños.

...

De pronto, la voz de Mariano llegó hasta ella, tan tranquila que daba escalofríos:

—Llévenselo con la familia Arias, avísenle al señor Leandro. Tienen tres días: o nos entregan el acuerdo de divorcio donde Rubén se va con las manos vacías y renuncia a la custodia de Tamara, o la familia Arias se va a la quiebra.

Al subir las escaleras, Begoña vio cómo Rubén, con la boca tapada con cinta, era arrastrado por los guardias fuera de la casa.

Por más que forcejeó, Ofelia ni siquiera le dedicó una mirada.

Solo después, cuando el carro arrancó y Rubén se perdió en la distancia, Ofelia se desplomó en los brazos de Mariano y rompió a llorar como si se le fuera la vida.

Begoña apartó la vista.

...

—Quizá no pase —susurró, la mirada perdida, pero aun así le contestó.

Agustín, notando el bajón de ánimo de su mamá, recordó lo que le había dicho su papá en la cancha de la escuela: que su mamá estaba delicada, que tenía que portarse bien y no hacerla enojar.

—Entonces ya no le diría papá —dijo, decidido.

Al oírlo, los ojos de Begoña se iluminaron entre lágrimas y de pronto sonrió con una alegría inmensa.

Agustín también sonrió.

Para él, era tan fácil alegrar a mamá; bastaba con decirle cualquier cosa y ella se ponía feliz.

Begoña se puso de cuclillas enfrente de Agustín, buscando estar a su altura, le tomó las manos con fuerza, abrumada por esa mezcla de alivio y culpa.

No debería haber dudado de Agustín.

Era su hijo, su sangre, lo había traído al mundo a costa de su propia vida; ¿cómo podía pensar que tomaría partido por Rosario?

—Agustín, dime algo. Cuando estuvimos en Fantasilandia Celestial, ¿recuerdas cómo se llama la niña de cabello corto que conociste ahí?

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