El restaurante principal del Grand Montenegro era un espectáculo de opulencia.
Candelabros de cristal, mesas vestidas con lino egipcio y el murmullo de la élite de la ciudad. Hombres en trajes de miles de dólares y mujeres goteando diamantes.
Y en medio de todo, Alejandra.
Su uniforme, un elegante diseño de lino blanco marfil que normalmente le daba un aire de autoridad serena, aquí la hacía sentir como un fantasma.
Una empleada fuera de lugar.
Vio a Jorge cerca de la entrada, de espaldas a ella, hablando con un hombre mayor.
Respiró hondo y se acercó.
—Jorge.
Él se giró. Su mirada la recorrió de arriba abajo, deteniéndose en el pequeño logo dorado de "Clínica Aurora" bordado sobre su corazón. Asintió, un gesto de aprobación profesional.
No le dijo que se veía hermosa. No le ofreció el brazo.
En cambio, se inclinó y le habló en un susurro directivo.
—Los Valdés están en la mesa tres. Son los dueños del consorcio naviero. Ve y salúdalos. Asegúrate de que sepan que aún hay lugares para nuestro retiro de bienestar en Los Cabos.
Era su jefe, dándole órdenes.
—Y la señora Fuentes, la del vestido azul, acaba de llegar. Habla con ella sobre el nuevo tratamiento facial con infusión de oro. Necesitamos que lo pruebe.
Alejandra asintió, su rostro inexpresivo.
Se sentía como una marioneta.
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