Desde la mesa de los gerentes, Alejandra tenía una vista perfecta de la farsa.
Era como ver una película en silencio, una donde ella era una extra invisible.
Vio cómo Jorge le servía vino a Gloria, inclinándose hacia ella, su sonrisa nunca vacilante.
Vio cómo él escuchaba sus anécdotas, absorto, como si fueran las historias más fascinantes del mundo.
Vio cómo, cuando llegó el filete de Mateo, Jorge tomó el cuchillo y tenedor y cortó la carne en pequeños trozos para el niño, con una paciencia paternal que Alejandra nunca había sabido que poseía.
Cada gesto era una puñalada.
Su propio plato, un pescado delicadamente preparado, yacía intacto frente a ella. El nudo en su estómago había matado cualquier rastro de apetito.
El director de alimentos y bebidas a su lado intentaba hacerle conversación sobre los márgenes de beneficio del nuevo menú.
Alejandra solo asentía, sus ojos fijos en la mesa principal.
Su teléfono vibró sobre su regazo.
Era un mensaje de Jorge.
Su corazón dio un salto estúpido y esperanzado. ¿Quizás se disculpaba? ¿Quizás le pedía que se uniera a ellos?
Abrió el mensaje.La Sra. Rinaldi, de Rinaldi Joyeros, está en la mesa 3, vestido dorado. Ve a hablarle de los faciales de rejuvenecimiento. Necesitamos cerrar su membresía corporativa.El aire abandonó sus pulmones.
No era su esposo. Era su jefe.
Levantó la vista. Jorge la miraba por encima de la cabeza de Gloria, su expresión era impaciente, casi severa. Le hizo un leve gesto con la cabeza, una orden silenciosa.Ve.Alejandra sintió las miradas de los otros gerentes sobre ella. Sabían exactamente lo que estaba pasando.
Lentamente, se puso de pie.
Sus piernas se sentían pesadas, como si caminara a través del agua.
Se acercó a la mesa 3, forzando una sonrisa profesional en su rostro.
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