La explosión de Alejandra llenó el silencio del penthouse.
Las palabras, cargadas de seis años de frustración, quedaron suspendidas en el aire.
Ella lo miraba, con el pecho agitado, esperando. Esperando una disculpa, una explicación, una pizca de remordimiento.
No obtuvo ninguna.
La expresión de Jorge no cambió. Siguió siendo fría, distante, casi analítica.
Dejó que el eco de las palabras de ella se desvaneciera antes de responder.
—Nuestro matrimonio es un acuerdo, Alejandra.
Su voz era tranquila, pragmática, y eso fue más devastador que cualquier grito.
—Siempre lo ha sido. Tú obtuviste la plataforma, los fondos ilimitados y la clientela para tu clínica. Yo obtuve tu talento como un activo exclusivo para mi imperio hotelero. Esos fueron los términos.
Ella retrocedió como si la hubiera abofeteado.
—¿Un acuerdo? ¿Eso es todo lo que ha sido para ti?
—Ha sido un acuerdo mutuamente beneficioso —continuó él, implacable—. La cena de esta noche era sobre negocios. Era sobre fortalecer relaciones con inversores y sobre saldar una vieja deuda personal con Gloria.
Hizo una pausa, sus ojos grises la atravesaron sin piedad.
—Tus sentimientos, en ese contexto, no eran la prioridad.
Ahí estaba.
La verdad desnuda y brutal.
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