Isidora no soltaba el celular, sus dedos estaban tan tensos que casi atravesaban la pantalla.
Yesenia ni se atrevía a abrir la boca.
Por un rato, Isidora siguió revisando el celular en silencio, hasta que de repente se levantó de golpe.
—Esto no puede quedarse así, tengo que ir a hablar con Tobías y aclarar todo de una vez.
En ese momento, el timbre sonó con insistencia.
Yesenia fue a la puerta, miró por la mirilla y se quedó helada.
—Isidora, creo que es el señor Tobías.
—Justo a tiempo —gruñó Isidora—. Ábrele.
Pero en cuanto Yesenia giró la perilla, una docena de hombres vestidos de negro entraron detrás de Tobías, y la sujetaron de inmediato.
—Tobías, tengo que decirte algo... —alcanzó a decir Isidora, antes de que la atraparan también.
A diferencia de Yesenia, a Isidora le cubrieron la boca y la nariz con un pañuelo. Un olor penetrante le invadió las vías respiratorias. Se resistió con todas sus fuerzas, pero en cuestión de segundos perdió el control de su cuerpo y se desplomó en el piso, sin poder moverse.
Yesenia se quedó pálida, temblando de pies a cabeza. Tobías la miró por encima del hombro con una expresión dura, cortante.
—Vengo por alguien. Será mejor que guardes silencio.
Los hombres de negro se dispersaron por toda la casa, revisando cada cuarto, hasta que uno tras otro regresaron al recibidor.
—Señor Tobías, la señora no está aquí —informaron.
Tobías frunció el entrecejo.
—Nerea no tiene familia ni amigos en Ciudad Selénico. Si no está aquí con Isidora, ¿dónde podría estar?
Se dio la vuelta y se acercó a Yesenia, que seguía en el suelo, paralizada por el miedo.
—Dímelo tú.
Yesenia, sin saber cómo reaccionar, solo pudo negar con la cabeza.
—No lo sé, de verdad no sé nada.
Tobías entró al salón, se dejó caer en el sofá, cruzó las piernas y empezó a girar un encendedor entre los dedos.
—Nerea vino con Isidora. No me digas que no le contó a su mejor amiga adónde iba. Y tú eres la asistente de Isidora...
Se detuvo y la miró de una forma que helaba la sangre.
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