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La Exesposa Millonaria Bajo el Velo romance Capítulo 26

—Señora Delia —Karla asintió con educación.

—¡De verdad eres tú! —Delia se acercó a grandes zancadas, la mirada encendida por una furia que llevaba años acumulando—. ¿Cómo te atreves a volver? Dime, ¿dónde está mi nieto? ¿Qué hiciste con mi nieto?

Años atrás, cuando Delia recibió la noticia de que su querido nieto había desaparecido, tanta fue su rabia que terminó desmayándose.

Durante estos cinco años, Delia no hizo más que alimentar su odio hacia Karla.

Ahora que la tenía de frente, toda esa rabia contenida por años salió disparada como volcán en erupción.

Delia le agarró el brazo a Karla con fuerza.

—Karla, ¿dónde está el niño de aquel entonces? Dijiste que lo perdiste, pero no te creo. ¿Nos mentiste, verdad?

Aunque todos decían que Karla había perdido al bebé, Delia nunca pudo aceptar que una madre fuera tan despiadada como para deshacerse de su hijo de siete meses.

—¡Mamá! —intervino Bastián, con voz tensa—. El abuelo quiere verla. Primero deja que lo vea, ¿sí?

—¿Ver al viejo? ¿Con qué cara va a mirarlo? El abuelo siempre la quiso, y ella… Ella se largó sin decir nada. Por su culpa, el abuelo terminó en cama, enfermo.

A un costado, Tamara contemplaba la escena con una media sonrisa dibujada en los labios.

Desde que supo que Karla volvería, Tamara ya se había imaginado que esto pasaría.

Para Delia, que Karla hubiera perdido al niño era un pecado imperdonable.

—Delia. —De pronto, la voz firme de un anciano retumbó en la sala.

Todos alzaron la vista y vieron al abuelo, Héctor, de pie en la segunda planta, apoyado en su bastón.

Sus ojos se posaron en Karla.

—Karla, sube.

Karla, al ver a Héctor, sintió cómo la culpa le apretaba el pecho. Asintió con seriedad y, apretando los labios, subió las escaleras.

—¡Papá! ¿Todavía la defiendes? ¿Ya olvidaste lo cruel que fue? —Delia no pudo contenerse.

Los ojos de Héctor, profundos y oscuros, reflejaban autoridad. Su rostro, siempre tan impasible, imponía respeto con tan solo una mirada.

Le dirigió una mirada severa a Delia. Aunque Delia hervía de rabia, no se atrevió a desafiar al viejo y se quedó callada.

—Señora, tranquilícese —Tamara le dio unas palmaditas en la espalda a Delia—. No vale la pena molestarse por personas así. Cuide su salud.

Delia respiró hondo, reconociendo la sensatez en las palabras de Tamara. Le dirigió una mirada más suave.

—Tamara, siéntate un rato. Tengo que hablar con Bastián.

Tamara asintió obediente.

—Está bien.

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