—Ve tú a comprarle algo, yo me quedo con ella —ordenó Karla con firmeza.
Bastián dudó un par de segundos, pero al final asintió y salió del consultorio.
En cuanto Bastián se fue, Karla y Nora soltaron el aire que tenían contenido y se llevaron la mano al pecho, aliviadas.
Mientras el doctor revisaba las quemaduras, Karla aprovechó para pedirle prestado un cargador y conectar su celular. Apenas tuvo un poco de batería, marcó a Úrsula.
Úrsula seguía en la oficina, acomodando papeles cuando respondió la llamada.
—¿Karla, cómo van las cosas? ¿Bastián ya te dejó salir? —preguntó, sin dejar de ordenar documentos.
Por el tono de su voz, Úrsula no tenía idea de que los tres niños ya se habían escapado hasta Ciudad Miraflores.
Karla le explicó la situación. A medida que escuchaba, Úrsula sintió que el corazón se le subía hasta la garganta.
—¿Cómo? ¿Ellos... y ahora qué hacemos? Yo fingí que era tú para recoger a Nora, así que, para Bastián, yo soy la señorita Karla. Solo yo puedo ir por Nora.
Karla soltó un suspiro resignado.
—No hay de otra, Úrsula. Solo tú puedes hacerlo.
—Está bien, regreso en cuanto pueda.
—Gracias, Úrsula. Yo te compro el boleto de avión.
Colgó la llamada y, por fin, se permitió relajarse un poco.
Con que Úrsula regresara, todo se solucionaría y podrían llevarse a Nora de vuelta.
El doctor terminó de revisar a Karla y Nora. Por suerte, ambas se habían puesto agua fría a tiempo, así que las quemaduras no eran graves. El doctor les recetó pomada para quemaduras.
Cuando salieron del consultorio, Karla tomó la mano de Nora y le explicó en voz baja:
—Nora, al rato dile a Bastián que usaste tu reloj para llamar a mamá, y que mamá vendrá más tarde a recogerte, ¿sí?

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