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La Exterminadora de Mosquitas Muertas romance Capítulo 7

Luciano se estremeció, casi se le fue el aire del pecho.

La mirada de Estela recorrió a todos los presentes en la habitación.

Beatriz era apenas tres meses menor que ella. Apenas un día después de la muerte de su madre, Romina llegó con Beatriz, ambas radiantes, a mudarse a la villa de la familia Miranda.

Cuando Estela empezó a investigar y notó irregularidades en la muerte de su madre, la familia Miranda la mandó al pueblo, sin volver a ocuparse de ella ni preguntar por su vida.

Si no fuera porque el testamento de su madre decía que solo Estela podía heredar, seguro que la familia Miranda ya la habría borrado de sus vidas por completo.

El rostro de Luciano pasaba del rojo al pálido, y con el cuello tenso, soltó un grito:

—¿Y qué dije de malo? Ustedes, madre e hija, nada más saben echarle la culpa a los demás, nunca ven en qué se equivocan ustedes mismas.

—¿Buscar el error en nosotras? —la voz de Estela sonó tan impasible que la tensión se cortaba en el aire—. Puede ser. Al fin y al cabo, mi madre no tenía el talento de Romina para conquistar hombres. La señora Peña no solo logró lo que quiso, sino que además enseñó a su hija a ser aún mejor en eso. Ahí sí que no puedo competir.

—¡Tú...! —Romina, entre sollozos, corrió a refugiarse en los brazos de Luciano, como si el mundo entero le debiera algo a ella y a su hija.

—Luciano, mira a Estela. Que me odie a mí, bueno, lo entiendo, ¡pero por qué odia también a Bea! Si fue Fer quien quiso romper el compromiso con Estela, ¡eso no es culpa de Bea!

Ese llanto le sirvió de recordatorio a Luciano: no debía olvidar el tema del compromiso roto.

—¡Basta! No hay nada más que decir. Hoy te llamé para tratar lo del compromiso —gruñó, conteniendo su enojo.

Fernando, que había estado igual de furioso, se tranquilizó un poco y tomó aire.

—Estela, yo no me voy a casar con una mujer de dudosa conducta. No quiero que Bea siga sufriendo. Devuélvele a Bea el anillo de compromiso, el que simboliza la unión de los Miranda y los Cuevas.

Los ojos de Beatriz, enrojecidos, brillaban por las lágrimas. Su cara estaba marcada por la culpa y una resignación fingida.

—Fer, yo sé que no soy digna de ti. No quiero que por mi culpa lastimes a mi hermana...

Fernando la miró con ternura.

—¡Bea! Aunque naciste fuera del matrimonio, siempre te has comportado con dignidad. Eso te hace mucho mejor que Estela. Ella, por ser la hija legítima, se ha pasado la vida molestándote. No sigas defendiéndola.

Y luego, volviéndose hacia Estela, más molesto aún:

Fernando también tardó en reaccionar.

—¿De verdad aceptas?

Todos sabían lo mucho que Estela lo quería. Nadie dudaba que, si no fuera por ella y la herencia de su madre, Fernando no habría llegado tan lejos.

¿Cómo era posible que aceptara tan fácil?

Pero... tal vez era lo mejor. Así no tendría que cargar con la culpa de hacer sufrir a Bea por ese compromiso.

Fernando respiró hondo.

—Me alegra que estés segura. Por los años que compartimos, si devuelves el anillo, no diré nada más. Después de esto...

—Acepto romper el compromiso, pero, Fernando —lo interrumpió Estela, con una sonrisa tranquila y una voz firme que retumbó en la habitación—:

...

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