—¡Sebastián!
El hombre más enigmático y poderoso de todo San Ángel del Norte.-
Estela se quedó en silencio tres segundos. Se quedó pasmada, casi se muerde la lengua del susto.
—¿Tú eres el dueño del Consorcio Mundial Vistamar?
Sebastián detuvo la pluma. Esbozó una sonrisa llena de segundas intenciones.
—¿Señorita Miranda, le sorprende tanto? ¿Acaso cuando se ofreció voluntariamente a casarse conmigo, no se tomó la molestia de averiguar quién soy?
Estela se quedó trabada. Literalmente.
¡Por supuesto que no lo había investigado! ¿Quién iba a imaginar que el dueño del Consorcio Mundial Vistamar era el tío de Fernando y que aceptaría casarse con ella?
Ahora entendía por qué todo el personal del registro civil estaba tan tenso y expectante. Que Sebastián se casara, claro, era todo un acontecimiento.
Estela tragó saliva. No podía dejar que Sebastián pensara que era una novata sin mundo, así que fingió calma.
—Solo que, la verdad, jamás imaginé que alguien tan reconocido como usted, señor Mendoza, se casara de una forma tan... —Sintió la mirada de Sebastián y, a mitad de la frase, dio un giro inesperado—. Tan convencional. Pensé que el registro civil vendría hasta usted.
Sebastián soltó una risa baja, esa voz que le hizo cosquillas en los oídos y le puso la piel de gallina.
—Parece que la señorita Miranda tiene una idea equivocada sobre mí. Pero si le gusta, puedo pedirles que vengan hasta mi casa, no hay problema.
Estela se atoró. ¡No era eso lo que quería decir!
En ese momento, el personal terminó el papeleo y les entregó los certificados de matrimonio.
Ella los tomó, dos libretas rojas, y por fin sintió que podía respirar. Hasta se le olvidó la vergüenza de hace un momento y le salió una sonrisa espontánea.
...
Al salir del registro civil, Estela se detuvo en la acera. No subió al carro.
Sabía perfectamente que este matrimonio era un simple acuerdo para ambos. Ya habían cumplido, así que no tenía razones para quedarse.
Tosió suavemente.
—Entonces, señor Mendoza, ya que terminamos lo del matrimonio, yo mejor me retiro. No quiero incomodar. Me voy...
Sebastián alzó ligeramente la mirada.
—Señorita Miranda, hoy acaba de regalarle a la familia Miranda un problema enorme. Seguramente ya la están buscando para ajustar cuentas. ¿Usted cree que tiene otra opción esta noche, además de irse conmigo a casa?
Estela se quedó callada.
Hace un momento, Sebastián estaba dispuesto a llevarla a casa y, tras ver la cicatriz, de repente inventó que tenía trabajo. ¿Será que esa cicatriz le daba asco? ¿Tanto como para no querer compartir el techo con ella?
Pero, en el fondo, tampoco le molestaba. Vivir cada quien por su lado era lo que más le convenía.
No le dio más vueltas. Se despidió con cortesía y apoyó la cabeza en el respaldo, cerrando los ojos para descansar.
...
Al día siguiente, apenas despertó, Estela se quedó unos segundos en blanco.
Ese cuarto no era el cuartito destartalado de la casa de la familia Miranda.
Claro, ayer se había casado con Sebastián. Aquello era una de las habitaciones de invitados en Residencial Vista Real.
Se frotó la cabeza para despejarse y salió de la habitación, con la intención de prepararse algo de desayuno. De pronto, una idea cruzó su mente.
¡Un momento! Fernando le había contado antes que su tío era un experto en caligrafía y que siempre vivía con los mayores en la residencia familiar.
Pero Residencial Vista Real mostraba señales de que alguien vivía ahí de forma habitual. Sebastián llevaba tiempo instalado en esa casa y, encima, no había ni una sola obra de caligrafía.
La familia Cuevas era reconocida por la pintura y la caligrafía, pero Sebastián se dedicaba a los negocios y había fundado el Consorcio Mundial Vistamar...
Estela sintió que algo no cuadraba. ¿No se habría equivocado... de persona?

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