—Todo el mundo sabe que Ulises es tu perrito faldero, que hace todo lo que tú digas. Si no fuera por tu orden, ¿se atrevería a golpearme? ¡Seguro estás molesta por tener que darme las acciones y por eso Ulises me atacó!
En ese momento, Nicolás no pudo aguantar más.
—Esteban, esto no tiene nada que ver con Eva, ella no sabía nada. Además, fui yo quien hizo la llamada, es solo que Ulises malinterpretó todo.
Esteban no iba a creer eso ni de chiste.
Se rio con sarcasmo. —¿Ulises malinterpretó? ¿Un hombre con el rango de líder de familia va a malinterpretar algo así? ¡Seguro ustedes decían de dientes para afuera que iban a darle una lección a Sabrina, pero en realidad le insinuaron a Ulises que me golpeara a mí!
Cuanto más lo pensaba Esteban, más sentido le hacía.
Miró a Eva con odio. —Que la llamada no la hiciera Eva, ¿qué importa? Si ella quiere que algo suceda, ¿acaso necesita hacerlo ella misma? ¡Solo tiene que fruncir el ceño un poco y ustedes corren como perros falderos a cumplir sus deseos! Otros hacen el trabajo sucio por ella, y ella se queda muy digna, haciéndose la mustia y la buena persona.
Las palabras de Esteban fueron directas y crueles.
No solo Eva, sino también Fidel y su sobrino, tenían caras de pocos amigos.
Eva, que siempre mantenía la compostura, ahora estaba roja de ira.
—¡Hermano, te estás pasando!
Pero Esteban seguía gritando con el cuello estirado: —De todos modos ya no tengo nada, y el que nada tiene, nada teme. ¡Si ustedes no tienen piedad, no esperen que yo la tenga!
Fidel sabía que, con el intelecto de Esteban y su estado paranoico actual, no tenía caso razonar con él.
Miró a Nicolás. —Llama a Ulises. Él provocó este lío, que regrese a explicarlo. Dile que si no vuelve inmediatamente, que se olvide de volver a ver a Eva.
Nicolás tomó su celular y llamó a Ulises.
Esta vez, Ulises no contestó; colgó directamente.
Nicolás insistió, pero pronto sonó el tono de que nadie contestaba.
Nicolás se quedó pasmado. —¿Qué pasa? De repente ya no entra la llamada.

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