Sabrina inclinó la cabeza con un gesto firme, aunque sus ojos destilaban un torbellino de melancolía y resolución que no podía ocultar.
—Daniela, ¿tú crees que estoy segura? —respondió con una voz que temblaba apenas, como si buscara afirmarse más a sí misma que a su amiga—. Es lo mejor para todos, y eso lo tengo claro.-
Daniela la envolvió en un abrazo cálido, un refugio silencioso ante la tormenta que Sabrina cargaba en su pecho.
—Sabes que aquí me tienes para lo que sea, ¿verdad? Pase lo que pase, no estás sola —le aseguró Daniela, soltándola con suavidad, mientras sus manos dejaban un eco de apoyo en los hombros de su amiga.
Sabrina esbozó una sonrisa frágil, un destello de gratitud que iluminó por un instante la penumbra de su corazón.
Se deslizó al interior del auto, y cuando el motor cobró vida con un ronroneo sordo, sus ojos se posaron una última vez en la casa que había sido su mundo. Aquel rincón donde los días felices se entrelazaban con sombras de promesas rotas.
"Thiago… ¿y si un día me perdonas por esto?", pensó, mientras las palabras de su hijo danzaban en su mente como un eco doloroso. Dejarlo atrás le desgarraba el alma, pero en su interior florecía la certeza de que debía trazar su propio sendero, uno libre de las cadenas de André y del espectro de Araceli.
El auto se alejó, y Sabrina cerró los ojos, dejando que una bocanada profunda de aire llenara sus pulmones. Era el umbral de una nueva historia, un lienzo en blanco donde anhelaba pintar la paz y la alegría que tanto había perseguido.
…
El camino hacia esa vida recién nacida estaba sembrado de dudas, pero también de promesas tenues que brillaban como luciérnagas en la penumbra. Sabrina sabía que no sería sencillo, pero una chispa de valentía ardía en ella, dispuesta a enfrentar lo que viniera.
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