Helena tragó saliva, algo nerviosa, y preguntó con cierta timidez:
—¿Podemos agregarnos en Facebook?
Aunque ya conocía a Gabriela desde hacía varios días, Helena no se había atrevido a mandarle la solicitud primero. Le daba miedo que Gabriela la rechazara. Después de todo, sentía que venían de mundos muy distintos.
—Claro —respondió Gabriela, sacando su celular—. Pásame tu código y yo te agrego.
—¡Sí, va! —contestó Helena, muy emocionada, y enseguida abrió el código QR en su teléfono.
Gabriela escaneó el código y le mandó la solicitud de amistad. Helena la aceptó al instante y, en su lista de contactos, la guardó como "Mi Ídola".
—Diosa, hay que estar en contacto, ¿va?
—Claro —asintió Gabriela con una leve sonrisa.
Aunque ninguna de las dos lo decía abiertamente, Gabriela ya había entendido cuál era la decisión de Helena.
Cuando Helena volvió del salón de música, Gabriela se quedó practicando en el violín. Esta vez tocaba una pieza famosa que empezó suave, fue acelerando, después volvió a bajar la intensidad. El cambio de ritmos era tan natural que cualquiera que la escuchara podía perderse en la melodía.
Arsenio estaba de pie en la terraza, escuchando la música, con una expresión difícil de descifrar. Antes, él pensaba que Sebastián era digno de lástima: ya era todo un adulto y nunca había probado el sabor del amor. Pero ahora, sentía que el verdadero tonto era él mismo.
Helena, ya en su habitación, se sentó frente al tocador. Se maquilló con mucho cuidado, haciéndose un look tipo "peach pink", muy de moda y favorecedor. Su técnica era impecable; en menos de una hora, logró un maquillaje perfecto y natural, sin un solo error.
Para los labios, eligió un tono rosado claro, nada exagerado, porque ese look no combinaba con colores muy intensos. Era un rosa delicado, fresco, que resaltaba aún más su piel y el resto del maquillaje.
Cuando terminó, fue a la cocina y pidió que prepararan una cena gourmet. Aunque Helena solo era la acompañante de Arsenio, en la casa de los Sirras siempre la trataban con respeto.
Al caer la noche, Helena ya estaba sentada a la mesa, esperando a Arsenio. Había un filete perfectamente preparado y una botella de vino tinto de 1982. La luz de las velas le daba un aire aún más encantador a su rostro.
A la luz de la lámpara, la belleza de Helena parecía casi irreal, como si estuviera envuelta en un sueño.
Arsenio entró y se detuvo un momento al ver la escena.
—Señor Sirras —saludó Helena.
Arsenio miró alrededor y preguntó:
—¿Nada más nosotros dos?
—Sí —asintió Helena—. La señorita Yllescas salió a cenar a un puesto callejero.
Quizás eso era lo que hacía a Gabriela tan especial: podía disfrutar desde una cena de restaurante carísimo hasta platillos sencillos en la calle, como una ensalada de mango con chile, pinchos o cualquier antojito popular.
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