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La Heredera del Poder romance Capítulo 2925

A continuación, ¿no era el momento de ponerle el anillo?

—¿Debería... debería ponértelo ya? —Sebastián había olvidado por completo el guion que había planeado con tanto esmero.

—¿Tú qué crees? —contestó Gabriela, alzando una ceja con picardía.

Con las manos temblorosas, Sebastián deslizó el anillo en su dedo. En secreto, más de una vez le había medido el dedo anular mientras ella dormía, así que el anillo le quedaba perfecto, como si siempre hubiera estado destinado a estar ahí.

Gabriela observó el anillo en su mano. El diseño era elegante, justo de su gusto. Tal vez la piedra era un poco grande, pensó; demasiado ostentosa para andar por la calle sin llamar la atención. No era muy práctica para el día a día, y con semejante diamante, hasta tomar un café parecía difícil.

—¿Te gusta? —preguntó Sebastián, con el corazón en la mano.

—Me encanta —Gabriela sonrió, asintiendo levemente—. Solo que la piedra es un poquito exagerada, ¿no crees?

—Mientras más grande, más vale. Y mientras más grande, más representa lo que siento por ti —respondió Sebastián, muy seguro.

Apenas terminó de hablar, decenas de fuegos artificiales estallaron alrededor de la pequeña isla. El sonido retumbó en el aire y, aunque era de día y la luz del sol opacaba los colores, Sebastián había preparado un show diferente: los fuegos lanzaban nubes de humo de colores, más intensos y profundos, que juntos formaban un espectáculo impresionante y único.

El viento fue llevando las nubes y, poco a poco, en medio del cielo, se dibujó una frase gigantesca:

Gabriela, ¡te amaré por siempre!

El humo no terminaba de disiparse cuando otra tanda de explosiones llenó el aire. Gabriela se dio vuelta, justo para ver nuevos fuegos de colores formando una segunda declaración:

Gabriela, ¡te amaré hasta el fin del mundo!

Y otra vez, el cielo se iluminó con nuevas explosiones. Esta vez, las palabras decían:

Tuve la suerte de encontrarte.

Y una más, como si el universo quisiera asegurarse de que no quedara duda:

El resto de mi vida eres tú.

Gabriela, de pie en medio de un mar de rosas, con una sonrisa radiante, levantó la mirada hacia Sebastián.

—Señor Zesati, yo también te amo —le dijo, mirándolo a los ojos.

Dicho esto, se puso de puntitas y dejó un beso suave en la comisura de sus labios. Iba a apartarse, pero las manos de Sebastián la sujetaron por la cintura y el beso, que empezó como un roce, fue haciéndose más profundo, más intenso, como si quisieran atrapar el uno al otro para siempre. Entre risas y caricias, no quedó claro quién se rindió primero.

De pronto, ¡pum, pum, pum!—llovieron serpentinas de colores sobre sus cabezas y hombros.

—¡Sorpresa!

—¡Gaby, felicidades!

—¡Señorita Yllescas, señor Sebas, muchas felicidades!

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