La Heredera del Poder romance Capítulo 2974

En el momento en que la operación fracasó, justo cuando sus padres se pelearon por la herencia, Bianca sintió que casi no le quedaban fuerzas para seguir adelante.

Por suerte, Gabriela le devolvió la esperanza, le regaló una nueva oportunidad de vivir.

—Soy doctora, eso es mi deber —dijo Gabriela, mientras le daba unas palmaditas en la mano a Bianca.

Los ojos de Bianca estaban enrojecidos, pero apretó los labios y se contuvo.

No podía llorar.

—Señorita Yllescas, ¿cuándo cree que podré salir del hospital? —preguntó Bianca.

En cuanto escuchó eso, Marina se acercó rápidamente y añadió:

—Sí, sí, señorita Yllescas, ¿cuándo podrá salir mi hija?

No podía esperar más para llevarse a Bianca a su casa.

Gabriela miró de reojo a Marina y respondió:

—Por lo menos tiene que recuperarse durante un mes.

¿Un mes? En un mes podían pasar tantas cosas… Marina no podía esperar tanto, así que insistió:

—¿No hay manera de que Bianca se recupere en casa antes?

Tenía que adelantarse al señor Hastana y llevarse a Bianca con ella, no podía dejar que él se la llevara primero.

—Imposible —dijo Gabriela, tajante.

Marina frunció el ceño.

—¿Entonces, de verdad tiene que quedarse un mes entero aquí?

Gabriela no respondió, pero el doctor Reyes intervino:

—Eso dependerá de cómo evolucione, pero si Bianca se va ahora podría correr peligro de muerte.

Apenas escuchó la palabra "peligro de muerte", a Marina casi se le sale el corazón del pecho.

—¡Entonces mejor nos quedamos! ¡No salimos del hospital! —soltó, asustada.

Gabriela miró a Bianca y le recordó:

—Si en algún momento te sientes mal, avisa a las enfermeras de inmediato. Me tengo que ir.

—Sí —respondió Bianca, asintiendo.

Gabriela todavía le dio algunas indicaciones al doctor y después se fue.

Salió por la puerta trasera del hospital, evitando perfectamente a los periodistas que hacían guardia en la entrada principal.

Mientras tanto, Ríos volvió a casa como si el alma se le hubiese ido del cuerpo.

Apenas lo vio entrar, Rosa le recogió el maletín y soltó:

—Llegaste, amor.

Ríos se dejó caer en la silla, con el rostro demacrado.

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