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La Heredera: Gambito de Diamantes romance Capítulo 815

Debido a que Dan le puso algo en la bebida a Vanesa, Yeray no solo decidió quedarse, sino que fue directo y redujo el castillo de Dan a escombros.

Cuando Dan salió de la Colina del Eclipse y recibió la noticia, su expresión se volvió completamente sombría.

Carol soltó, molesta:

—Ese tal señor Méndez es un desgraciado, ¿cómo puede hacer eso? Al menos antes la señorita Allende...

—¡Ya cállate! —Dan la interrumpió con fastidio.

De por sí, recordar los sentimientos que Vanesa le tuvo en el pasado ya le ponía de malas. Cada vez que esos recuerdos le venían a la mente, Dan solo sentía un vacío incómodo.

Así es...

En aquel entonces, Vanesa le entregó todo su cariño, sin reservas. ¿Y ahora? Todo eso se había esfumado. Se terminó. Ya no quedaba nada.

Ahora, ella era capaz de golpearlo por defender a Yeray, de pelearse con él por culpa de Paulina. En pocas palabras, para Vanesa todas las personas a su alrededor eran importantes, pero el pequeño rincón de su corazón que antes le pertenecía a él, ahora estaba completamente vacío.

Ese espacio, hacía mucho que Yeray se lo había ganado.

Dan tomó el celular y le marcó a Yeray. Del otro lado contestaron casi al instante.

Antes de que Yeray pudiera decir algo, Dan soltó con voz dura:

—¡Yeray, te lo advierto, prepárate!

Masticó cada palabra con rabia, como si pudiera triturar el teléfono entre los dientes.

Que le hubieran puesto espías cerca, que además le hubieran volado su casa... Dan no iba a dejar pasar semejante humillación.

Del otro lado, Yeray estaba intentando consolar a Vanesa, y nada más no lo lograba. Ya traía el genio subido.

Escuchando a Dan soltar amenazas por teléfono, soltó una risa desdeñosa:

—¿Ah sí? Después de todos estos años y ni un solo movimiento fuerte tuyo, ¿y ahora resulta que te tengo que esperar?

Su tono era todo menos amistoso.

Dan se quedó callado, tragándose la indignación.

Yeray continuó, sin piedad:

—Tanto te las diste de calculador y duro, pero mírate, hasta la fecha no has podido con el Lago Negro.

Eso ya era una puñalada.

Yeray siguió con su ataque:

—Ese miserable Lago Negro, llevas años mandando ahí y no has hecho nada decente.

A Dan la respiración se le volvió dispareja del coraje que traía encima.

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