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La Heredera: Gambito de Diamantes romance Capítulo 841

Esteban salió del baño después de más de veinte minutos bajo el chorro de agua fría, intentando calmar el fuego que le ardía por dentro.

Solo llevaba puesta una toalla blanca alrededor de la cintura, su cuerpo desprendía una frescura que contrastaba con el vapor del baño, y gotas de agua resbalaban desde su cabello hasta perderse por sus hombros, bajando hasta sus marcados abdominales. Había en él una mezcla de seriedad y una especie de reserva que lo hacía aún más tentador.

Isabel acababa de colgarle a Paulina cuando vio salir a Esteban. Iba a preguntarle qué le pasaba, pero en cuanto lo vio así, se quedó sin palabras.

Sin poder evitarlo, tragó saliva…

“Diosito santo”, pensó, “desde que nos abrimos el corazón y ahora que estoy embarazada, no he comido tan seguido como debería… y la verdad, no tengo ni tantita resistencia ante esto”.

Mientras Isabel lo miraba embobada, Esteban soltó una carcajada suave.

—¿Te gusta lo que ves?

Isabel asintió con sinceridad.

—Me encanta.

Su respuesta tan honesta le dibujó a Esteban una sonrisa aún más amplia.

—¿Te gustaría tocar?

—Quiero… bueno, no, no puedo —contestó Isabel, primero asintiendo y luego negando rápido con la cabeza, como si estuviera peleando con sus propios deseos.

Pensó en lo mucho que él había tardado en salir del baño, y si ella caía en la tentación, seguro le tocaría meterse otra vez a darse otro baño de agua fría.

Esteban fue hasta el sillón, se puso la bata de dormir y soltó la toalla en un rápido movimiento. Sus piernas largas y bien formadas solo hacían volar aún más la imaginación de Isabel.

Luego, Esteban se metió a la cama de su lado y levantó la colcha, pero no la abrazó de inmediato. Tenía el cuerpo tan fresco que temía que Isabel sintiera frío al tocarlo.

Pero Isabel no lo pensó dos veces y se metió directo en sus brazos, buscando calor. Esteban le sujetó la cabeza con suavidad.

—No te me pegues tanto, ¿sí?

—Ajá —contestó Isabel, con voz bajita.

En realidad, ni siquiera estaba pegándose tanto, solo quería encontrar la mejor manera de acomodarse a su lado.

—Tranquila —le dijo Esteban—. Ahorita sigo frío. Mejor espérate tantito y ya después te abrazo.

Mientras hablaba, intentó moverla un poco para que se acomodara lejos, pero Isabel no aceptó.

—No quiero, quiero abrazarte y darte calorcito.

—Si sigues así, te vas a resfriar.

—No me va a pasar nada.

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