La Heredera Revelada: El Camino del Poder romance Capítulo 22

Después de dos horas de estar manejando, Marcelo sintió una leve sorpresa al entrar a la región montañosa.

—¿Cuándo se mudó la familia Lobos a este rincón olvidado por el mundo? —se preguntó.

—Señor Dante, ¿esta es la casa de los Lobos? —preguntó al ver que el viejo carro se detenía. Marcelo también frenó y observó una fila de chozas con techos de paja a la orilla del camino embarrado.

—Bajemos.

Vio a Aurora descender del carro y Dante también abrió la puerta.

Marcelo, todavía en shock, se apresuró a sacar la silla de ruedas del maletero y la desplegó junto a la puerta trasera del carro.

Justo en ese momento, Aurora miró hacia atrás y vio unas manos grandes y fuertes que asomaban del carro, agarrando con firmeza el manillar de la silla de ruedas. Las venas marcadas en el dorso de las manos del hombre revelaban su fuerza al moverse sin esfuerzo desde el carro hasta la silla.

Marcelo también sacó algunos regalos que habían comprado en el camino; eran más de diez cajas. No podía cargar todo, así que puso un par de cajas sobre las piernas de Dante.

Allí se quedaron los dos, al lado del carro, sintiéndose un poco incómodos.

—¡Hermana, has regresado!

Mónica, quien lucía un vestido largo de tirantes morado, apareció de algún lugar desconocido. Al ver a Aurora, se acercó contoneando sus caderas.

Llevaba unos zapatos de tacón altísimo que se hundían en el camino de tierra, y sacudió el polvo de ellos con una servilleta que extrajo de su bolso de marca. Luego, sin pensarlo dos veces, arrojó la servilleta sucia al suelo.

Aurora frunció el ceño ante toda la actuación extravagante de Mónica.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a ver a mi hermana, ¿no? Después de todo, mis padres te criaron durante catorce años. ¿Regresas y ni siquiera les avisas que estás bien? ¿O acaso no quieres que la gente sepa que tus padres biológicos son de un pueblo? ¿Te da vergüenza, no?

Con una voz cargada de desprecio, Mónica habló, su bonita cara reflejando desdén hacia el campo, y miró a Aurora con desagrado.

—Mónica, tú sí que sacaste toda la malicia de los Narváez, no te faltó ni una pizca.

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