La Heredera Revelada: El Camino del Poder romance Capítulo 51

—Yo... yo no lo hice a propósito... ¡eh! —Aurora intentó explicar, pero en el siguiente instante, el tipo la levantó de la cintura con un movimiento brusco y la puso en el suelo, nada delicadamente.

Al quedar en pie, vio a Dante con una expresión tan gélida como un ventisquero, mientras ordenaba la manta que había desordenado.

¿Acaso la miraba como si fuera basura?

¡Ja!

Aurora se le ocurrió un plan y avanzó un paso, apoyando su mano en el hombro ancho de él, inclinando su cuerpo hacia él.

—Gracias, señor Narváez, por su ayuda. Como muestra de gratitud, ¿puedo invitarle a una copa?

A veces, era necesario actuar como una damisela en apuros.

Por eso, su táctica de "encanto y dulzura" estaba perfectamente afinada.

Y así fue, en un parpadeo, Dante la observó, su mirada traspasaba la máscara de mariposa y se clavaba en sus ojos grandes y brillantes.

Sin embargo, en el fondo de sus ojos no había ni una sola emoción, eran profundos como un abismo.

Esa mirada era como si mil agujas flotaran a su alrededor, listas para clavarse en ella.

Instintivamente, Aurora retrocedió.

Su reacción solo provocó una risita despreciativa de Dante.

Marcelo también la miró con una sonrisa en el rostro y procedió a "acompañar" a Aurora, empujando la silla de ruedas de Dante.

Aurora se quedó en su lugar, con las cejas entrelazadas, mirando el perfil erguido de Dante, incluso en la silla.

Ese sujeto...

¿Había perdido su encanto?

Miró su figura, con curvas en los lugares adecuados, una proporción perfecta de cintura y cadera, una belleza que destacaba entre la multitud.

Si ella quisiera, con solo mover un dedo, muchos tipos darían todo por ella.

¡Pero Dante no lo apreciaba! ¡Y dos veces la había rechazado!

Aurora apretó los dientes, sospechando que Dante no solo tenía problemas en las piernas, sino que quizá algo más también estaba estropeado.

Después de ese encuentro con Dante, Aurora estaba un poco molesta.

Decidió que la próxima vez que lo viera, haría que él también se enfadara.

Por suerte, Dante no la había reconocido.

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