La luna implacable del rey alfa romance Capítulo 2

—¡Elara, espera! —gritó Rael, con desesperación.

Pero ella ya no lo escuchaba.

El dolor en su pecho era tan agudo que apenas sentía sus propios pasos.

Salió corriendo sin mirar atrás, sin detenerse siquiera a respirar, como si su alma huyera por fin del cuerpo que la había mantenido enjaulada durante años.

Rael gruñó con impotencia, su corazón martillándole las costillas.

La rabia y el miedo le nublaban la razón.

—¡Rael, no dejes que me odie, no dejes que escape de la manada Granate o estaremos acabados! —suplicó Minah entre lágrimas, abrazando la sábana con la que apenas cubría su traición.

Su voz temblaba mientras marcaba un número en el teléfono

—¡Papá, ven rápido! Elara lo sabe todo... ¡Todo!

***

Elara corría como si la luna ardiera tras ella.

No pensaba, no dudaba, solo huía.

Sus pies la llevaron más allá del bosque, más allá del límite conocido.

Ella corría y recordaba a su hermana el apoyo que le dio, el amor de Alfa Rael, ¡Era falso!

Todo era mentira.

Muy cerca ya de la frontera de la manada, donde el territorio se fundía con el desierto y, tras cien kilómetros de tierra seca y peligrosa, comenzaban las tierras gobernadas por los Rosso, los enemigos.

Una manada regida por el rey Alfa oscuro.

Un lugar donde la muerte podía llegar antes que el amanecer.

Y, sin embargo… Elara no se detuvo.

—¡Cualquier destino es mejor que vivir entre traidores! —murmuró entre dientes, su voz, un eco de rabia y dolor.

Dio un paso más, dispuesta a cruzar. Pero un gruñido profundo la detuvo en seco.

Desde las sombras, un lobo emergió.

Su pelaje oscuro como la noche, los ojos brillando con furia y miedo.

Era Rael.

Y detrás de él, hombres de la manada.

Algunos en forma humana, otros aún con sus pieles de lobo. Todos con la orden en los ojos: atraparla.

—Alfa Rael —dijo uno—. ¿Quiere que la llevemos?

—A la casa de la manada. Ahora —ordenó él, sin titubeos.

Elara retrocedió.

—¡NO! ¡No me toquen! —gritó, su voz rota por la furia. Se defendió como pudo, rasguñó, pateó, gritó como una fiera herida, como la loba que no la habían dejado ser.

Pero eran demasiados. Y ella, estaba sola.

Uno de los hombres se acercó con una jeringa. Sintió el pinchazo en el cuello y luego… oscuridad.

***

Cuando abrió los ojos, la oscuridad seguía ahí, pero en otra forma.

La rodeaban paredes de piedra.

Un sótano húmedo. Frío. Encerrada. Encadenada.

Un grillete sujetaba cada muñeca y otro le apretaba los tobillos.

El suelo era duro, y la única luz venía de una lámpara temblorosa que colgaba del techo, proyectando sombras danzantes en las paredes.

Elara parpadeó.

Su mente trató de entender dónde estaba, pero fue inútil.

El dolor en su pecho era más fuerte que cualquier lógica.

Y entonces lo recordó todo.

Capítulo: Atrapada 1

Capítulo: Atrapada 2

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