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La Otra Mujer Ganó, Pero Yo Me Llevé Todo romance Capítulo 5

Arturo apretó la mandíbula y su expresión se ensombreció.

Perfecto. Ni en la oficina, ni en la casa. Ahora resulta que le gusta desaparecer.

—Cintia, eres increíble, ¿sabías?

La rabia lo hizo arrancarse la corbata de un tirón, las venas marcadas en el dorso de su mano evidenciaban su enojo mientras marcaba el número de Cintia sin pensarlo dos veces.

El tono del teléfono sonó varias veces antes de que ella contestara.

—Cintia, no me importa dónde estés, regresa a la casa ahora mismo.

A Cintia le dieron ganas de reír.

Vaya, parece que el sol salió por el oeste. Qué ganas de soltarle un comentario sarcástico.

Pero, si quería que sus planes salieran bien, no podía armar un escándalo todavía.

—Voy a regresar en unos días. Mi mejor amiga volvió de grabar y quiero pasar unos días con ella.

Arturo no sospechó nada, pero arrugó la frente con molestia.

—¿Y quién me va a preparar la comida entonces?

—Puedes pedir comida por app.

—No pienso comer esas porquerías.

Por dentro, Cintia pensó: Pues ni modo, si no quieres, te aguantas el hambre.

Cuando le convenía, se olvidaba de ella. Sólo se acordaba cuando el estómago le sonaba.

Durante años, en la empresa era la que hacía todo el trabajo pesado y, al llegar a casa, hacía de niñera.

Arturo no soportaba tener extraños en la casa, ni siquiera una señora para la limpieza, así que todas las tareas del hogar, desde lavar la ropa hasta cocinar, recaían sobre ella.

Al final, todos los momentos bonitos eran para otros. Lo que le quedaba era una montaña de trabajo que nunca terminaba.

Pero eso se acabó. Desde ahora, yo no te sirvo más.

—Si no quieres pedir comida, pues vete a la otra casa a comer.

—¿Y qué sentido tiene que yo coma solo en la otra casa? ¿Qué van a pensar los mayores?

...

¿Por qué nunca me di cuenta de lo que le gusta enredar las cosas Arturo? Un simple tema de la comida y ya me tiene harta.

—Te estoy hablando, ¿me escuchaste? —Arturo seguía con cara larga, echado en el sillón y quejándose a todo pulmón.

Cintia se sintió agotada, contuvo las ganas de responderle con groserías.

—Si dejas pasar lo del contrato, yo no te reclamo nada. Pero tienes que aceptar lo que te propuse.

Cintia temblaba de rabia, aunque en el fondo ya sospechaba lo que había pasado: seguramente en la secretaría le echaron la culpa para zafarse, y Arturo, como siempre, lo creyó todo.

Malditos. Unos cobardes.

—Te lo juro por mi palabra, en el último mes no he revisado ningún contrato. Si hubo un error y hubo pérdidas, no fue por mi culpa.

—¿Y por qué tendría que creerte?

Esa simple frase le retumbó en el pecho a Cintia. Sintió una punzada tan fuerte que le costó respirar, como si la hubieran arrojado al vacío.

Todos esos años de esfuerzo y entrega, ¿para esto?

A fin de cuentas, aunque hayan sido pareja mucho tiempo, Arturo era incapaz de tener un poco de compasión.

Cintia bajó la guardia, soltó el puño y se resignó a encontrarse a sí misma.

—Si quieres culparme, siempre vas a encontrar un motivo. Así que ya no hay nada que hablar entre nosotros, Arturo.

—¿A qué te refieres? —Arturo notó el cambio y frunció el ceño.

—Que si quiero regresar, lo haré. Y si no quiero, no regreso. Y aunque te mueras de hambre, ya no te vuelvo a cocinar.

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