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La Otra Mujer Ganó, Pero Yo Me Llevé Todo romance Capítulo 6

—¡Cintia!

Comparado con perder más de seiscientos mil pesos, lo que más enfurecía a Arturo era la actitud de esa mujer.

—Arturo, antes estaba ciega, no veía nada, me dejé engañar por ti. Si pudiera regresar el tiempo, te juro que me mantendría lo más lejos posible de ti.

En cuanto terminó de hablar, Cintia colgó la llamada.

—Tut-tut-tut...

...

El rostro de Arturo se tensó tanto que parecía a punto de romper su celular de la rabia.

Cintia se atrevió a decirle semejante cosa. ¿Quién se creía? Eso sí que era el colmo.

Ya se sentía muy segura, la verdad. Parecía que por consentirla tanto, la había malacostumbrado. Ahora se sentía intocable.

Los ojos de Arturo, profundos y oscuros, destilaban peligro. Su presencia se volvía inquietante, como si un volcán estuviera a punto de estallar.

Decidió contenerse unos días más. Esperaría a que Cintia regresara a la empresa y entonces le pasaría factura, por las viejas y las nuevas.

...

Si matar no fuera delito, Cintia sería la primera en deshacerse de Arturo.

¿Acusarla sin investigar? ¿Tener el descaro de culparla con esa seguridad? ¿Acaso tenía cara de ser su alfombra?

—Arturo, eres peor que un desgraciado.

Si eso pensaba de ella, entonces que no se quejara si se volvía ambiciosa.

¿No estaba tan seguro de que ella había causado la pérdida de más de seiscientos mil pesos a la empresa? Pues entonces, buscaría una casa aún más grande, para completar esa cantidad.

Cintia inmediatamente contactó a la señorita de ventas y le pidió cambiar la casa por otra mucho más amplia y lujosa, pagando todo en efectivo.

Después de casarse, Arturo le había dado una tarjeta negra. Para que pudiera gastar con libertad, incluso desactivó las notificaciones, así que cada peso que Cintia gastaba no le llegaba como alerta al banco.

Aun así, en todos estos años, Cintia nunca se volvió derrochadora. No quería que la juzgaran como interesada o vividora.

En el fondo, le dolía saber que a Arturo no le costaba poco ganar ese dinero, así que siempre pensaba en él antes de gastar.

Ahora que lo meditaba, se sentía tonta.

Arturo no le daba dinero por amor, sino para callarla. Él le daba su tiempo y su cuerpo a Elvira, y a ella solo le dejaba la tarjeta.

Pero su error había sido no aprovechar bien ese dinero.

—El contrato salió mal, la empresa perdió más de seiscientos mil pesos, el jefe anda que echa chispas.

—Todo es culpa de Cintia.

Las del área de secretaría se miraron entre sí, intercambiando miradas cómplices y bajando la voz.

—Así es, una manzana podrida echa a perder todo el canasto.

—Hace días que no vemos a Cintia en la empresa, seguro anda huyendo porque se sabe culpable.

—Eso mismo digo yo.

—Si el jefe decide buscar responsables, seguro la corre.

—Correrla sería poco, si yo fuera el jefe, la mandaría directo a la cárcel.

—Nunca me cayó bien, solo porque es guapa se la vive metida en la oficina del jefe. Una vez la vi salir con la blusa abotonada toda mal y sin labial, justo me la topé.

—Qué descarada, sabiendo que el jefe ya tiene novia y aun así lo anda provocando. Me da asco.

Apenas terminaron de hablar, Arturo salió de la oficina. Cuando lo vieron, todas se dispersaron como si hubieran visto un fantasma, regresaron a sus lugares y fingieron trabajar, bajando la cabeza y sin atreverse a respirar fuerte.

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