Apenas Vanesa terminó de hablar, el mayordomo entró acompañado de otro hombre trajeado, ambos cargando un par de maletas en las manos. Los ojos de Jacinta Montemayor se clavaron con avidez en esos dos equipajes, dejando ver un brillo de codicia muy difícil de ocultar.
Esas maletas las conocía bien. Eran el último modelo, edición limitada, justo las que siempre había querido, pero la familia Balderas jamás pudo darle ese tipo de lujos. En cambio, Vanesa no solo tenía una, podía presumir de toda la colección.-
—Señor, señora, señorita —saludó el mayordomo, haciendo una pequeña inclinación.
—¿Y esto qué es? —preguntó Yolanda, mirando con desconfianza los equipajes.
—Son cositas que compré de viaje cuando estuve fuera del país —le respondió Vanesa, adelantándose antes de que alguien más interviniera.
—Pues si es así, llévatelo todo junto de una vez —comentó Yolanda, quitándole importancia al asunto. Al fin y al cabo, para los Montemayor esas cosas no significaban nada.
—Mamá, no es que yo no quiera que mi hermana se lleve sus cosas, es solo que… —Jacinta hizo una pausa, bajando la voz y fingiendo timidez—. Es que la casa de mis papás adoptivos es muy pequeña, tal vez no haya espacio para que ella guarde tantas cosas…
—Yo… yo no quiero causar problemas, solo pienso que a mis papás adoptivos podría no gustarles, después de todo es la primera vez que la ven… Y si mi hermana trae tantas cosas, capaz que se llevan una mala impresión…
Su actuación era tan forzada que Yolanda arrugó la frente, aunque parecía que Jacinta ni cuenta se daba y seguía convencida de que estaba manifestando su incomodidad con Vanesa.
Vanesa apenas sonrió de medio lado.
—No te preocupes por eso, yo me encargo —replicó con calma—. Papá… señor Montemayor, señora Montemayor, gracias por estos diecisiete años que me cuidaron. Yo, Vanesa, no soy malagradecida. Lo que tengo que recordar, lo recordaré.
—Con eso basta —dijo Matías, asintiendo levemente—. Más tarde pediré al asistente que te transfiera un millón de pesos; con eso tienes para un buen rato. Lo demás ya depende de ti.
Había que admitirlo, Matías sabía moverse. Yolanda tampoco objetó nada. Los Montemayor nunca cerraban sus propias puertas ni se creaban enemigos innecesarios.
Vanesa tampoco era ingenua; dinero regalado era dinero que no se podía rechazar. Hoy en día, ganarse la vida no era fácil.
Sacudió esos pensamientos y se puso de pie.
—Bueno, no les quito más tiempo. Los dejo para que la familia Montemayor disfrute su reunión.
No hubo dramas, ni gritos, ni escenas. Todo fluyó tan fácil que hasta parecía irreal.
Claudio, al ver la escena, no pudo evitar sentir admiración por Vanesa… no, ahora era Vanesa Balderas. Era muy lista; supo cuándo terminar el asunto sin que nadie quedara mal, y hasta le sacó provecho.
—Señorita, que le vaya bien —la despidió Claudio en la puerta, junto a Jazmín, ambos con una expresión difícil de descifrar.
Vanesa les regaló una media sonrisa y, con paso seguro, se marchó de la casa donde vivió diecisiete años, llevando solo la maletita que había traído de su viaje.
Era curioso. Después de tantos años, Vanesa no sentía apego ni tristeza. Ni siquiera el equipaje era mucho. Como si, en el fondo, siempre hubiera sabido que ese lugar jamás le perteneció.

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