En ese momento, Jacinta sollozaba bajito, como si el mundo entero se hubiera ensañado con ella. Si hubiera estado en una familia común, seguramente todos se habrían volcado a consolarla, mimándola y tratando de compensar todos los años en los que le faltó cariño.
Pero lamentablemente, esto era la familia Montemayor. Matías y Yolanda Montemayor ni siquiera pestañearon ante el espectáculo de Jacinta, dejándola hacer su monólogo como si nada.
Después de todo, Vanesa había vivido diecisiete años en esa casa, y su carácter se había forjado con la influencia de los Montemayor, para bien o para mal.
En ese instante, Vanesa perdió todo interés en Jacinta por esa pose de fragilidad. Más aún, con el cansancio del viaje encima, los sollozos apenas audibles de Jacinta le resultaban todavía más molestos.
—Papá, mamá —dijo Vanesa, apartando la mirada.
—Siéntate —ordenó Matías Montemayor con su tono habitual. Vanesa obedeció de inmediato, tomó asiento y apenas se acomodó, Jazmín apareció para servir una bebida caliente.
Vanesa tomó un pequeño sorbo. El aroma y el sabor del líquido rojizo la ayudaron a relajarse un poco, disipando parte del estrés acumulado.
—Ella es… ¿la hermana mayor, verdad? —se atrevió Jacinta, al ver que nadie le hacía caso. Rápidamente, abandonó su papel dramático y se ubicó en un segundo plano, con una expresión tan lastimera que habría despertado la compasión de cualquiera menos de quienes la rodeaban en esa sala.
Pero su actuación era tan torpe que ninguno de los presentes mordió el anzuelo.
La atmósfera se congeló por un instante.
A Vanesa le causó gracia. Aprovechó el momento en que dejaba la taza sobre la mesa para mirar a Jacinta con una ceja levantada.
Mientras Vanesa lucía segura y deslumbrante, Jacinta había heredado los rasgos de Yolanda Romo. No es que fuera fea, pero a lado de Vanesa su presencia palidecía.
La envidia en los ojos de Jacinta era tan obvia que Vanesa dibujó una media sonrisa, comprendiendo de inmediato un poco más sobre el carácter de la recién llegada. Era justo como había leído en los informes. Esperaba, al menos, que tuviera la inteligencia suficiente para lidiar con los Montemayor.
—Aquí tienes los datos de tus padres biológicos —dijo Matías, empujando una carpeta hacia ella.
Así eran los Montemayor: nada de sentimentalismos. Su preocupación era el tiempo, porque el tiempo les representaba dinero. El afecto, en su mundo, no llenaba la mesa.
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