—No voy a regresar contigo solo porque tuve una mala experiencia amorosa, así que puedes estar tranquilo.
No hacía falta que intentara advertirle de esa manera, disfrazando sus palabras como una broma.
Alzó la mirada y observó el rostro atractivo que tenía delante, con una seriedad absoluta en su expresión.
El hombre entrecerró los ojos, y la habitual actitud relajada y elegante se desvaneció poco a poco, dejando ver una mirada tan filosa y distante que hasta el aire pareció enfriarse.
—La señorita Petra no solo tiene mal ojo… está ciega.
Petra ni siquiera se detuvo a averiguar de dónde venía el enojo de Benjamín; solo sintió cómo se le partía el corazón al recibir ese ataque personal de nuevo.
¡Eso sí ya era pasarse!
Apretó los labios, sin saber cómo responder, y sus mejillas se inflaron de impotencia.
Benjamín le echó una mirada rápida antes de girarse y caminar hacia la salida del hotel.
Petra lo siguió, ni rápido ni lento, mientras en su cabeza armaba estrategias para recuperar algo de dignidad frente a Benjamín.
De pronto, él se detuvo, se giró en seco y la jaló hacia su pecho, acorralándola contra una de las columnas del hotel.
El giro inesperado la sorprendió por completo. Tenía el rostro de Benjamín tan cerca que por un segundo se quedó pasmada.
—¿Qué…?
Apenas pronunció palabra, él la silenció con una mano sobre los labios.
Benjamín se inclinó aún más, acercando el rostro al suyo. Sus labios cálidos rozaron la piel de Petra, y el aliento tibio recorrió su mejilla, llenando el ambiente de una tensión tan eléctrica como peligrosa.
Ese contacto tan próximo y lleno de insinuaciones hizo que los dedos de Petra temblaran, incapaz de controlar el pequeño temblor en sus manos.
Ella contuvo la respiración cuando alguien pasó junto a ellos, y casi enseguida escuchó un silbido burlón.
—Hermano, te la estás pasando en grande, ¿eh? ¿Ni en el lobby te aguantas?
El gesto de Petra cambió al instante al reconocer la voz de Simón; una sombra de disgusto cruzó su cara.
La mano que tenía apoyada contra el pecho de Benjamín dejó de empujar, y en cambio se cerró con fuerza, expresando su enojo.
Petra se quedó completamente inmóvil.
¡Ya valió!
Ahora sí, ni aunque me tire al río me libro de esta…
Benjamín se quedó sin aliento por un instante y, como si algo lo hubiera sacudido, se giró de golpe y se apresuró hacia la puerta del hotel.
Iba tan rápido y tan decidido que parecía que escapaba de ella.
Petra se quedó mirando su espalda elegante y esbelta, petrificada en el lugar.
¿Solo por arrugarle la camisa y, de paso, aprovecharme un poquito de él sin querer, era para tanto?
Quizá sí.
Mientras repasaba lo ocurrido, recordó las veces que había leído en las noticias económicas sobre Benjamín. No importaba dónde estuviera, siempre iba impecable, como si cada detalle de su imagen fuera parte de su éxito. Pensando en eso, entendió que lo había sacado de quicio más de una vez por desordenar su apariencia.
Y, para colmo, minutos antes había jurado que no tenía intenciones ocultas con él… y ahora, sin querer, había terminado besándole la boca. Explicar eso con un simple “fue un accidente” iba a ser imposible.

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