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La Traición en Vísperas de la Boda romance Capítulo 101

Petra apretó los labios con resignación, y en su mirada se asomó una mezcla de vergüenza y algo difícil de descifrar. Se dio un par de palmadas en las mejillas para despejarse y, ya más tranquila, echó a andar para irse.

Al dar unos pasos, por fin notó que la columna en la que se había apoyado también estaba tallada con figuras de personitas en medio de acrobacias bastante sugestivas.

Sintió cómo las mejillas se le encendían y, apurada, se alejó a paso veloz.

Esa pared repleta de “arte” humano primitivo no era precisamente de su gusto.

...

Cuando Petra salió del hotel con la cara aún encendida, el chofer de Benjamín ya tenía el carro estacionado justo frente a la entrada.

Al verla aparecer, el chofer se paró junto al carro, le regaló una sonrisa amable y le hizo una seña con la mano para invitarla a subir.

Benjamín ya estaba dentro.

Desde fuera, la luz de los faroles entraba por la ventana, perfilando la silueta de Benjamín y dejando la mitad de su cara oculta bajo una sombra misteriosa.

Parecía aún más atractivo, envuelto en ese aire enigmático.

El cuello de la camisa, desordenado por culpa de Petra antes, ahora llevaba dos botones desabrochados. La camisa negra, apenas visible entre las penumbras, le daba un toque elegante y distante; hasta el brillo del reloj en su muñeca parecía recalcar su estatus.

Petra sintió, por un instante, ganas de dar marcha atrás.

El chofer, muy correcto, esperó a que ella se acercara. Al notar que Petra dudaba, no perdió la compostura y la animó de nuevo:

—Srta. Petra, por favor.

Petra respondió con cortesía:

—Gracias, pero vine en mi propio carro.

El chofer no cerró la puerta tras la negativa. En cambio, echó un vistazo a Benjamín dentro del carro y aguardó instrucciones.

Benjamín alzó la mirada y fijó sus ojos en Petra.

—Súbete.

El tono no dejaba espacio para rechazos.

Petra apretó los labios, se agachó y subió al carro. Siempre había sido buena para adaptarse; no valía la pena arruinar la relación con alguien tan poderoso por una tontería así.

Apenas se acomodó en el asiento, su celular empezó a sonar.

Vio la pantalla: era la encargada de la tienda de vestidos de novia. Entonces recordó que había olvidado llamarles.

En todos sus años trabajando en bodas, la encargada había visto cientos de novias. Ninguna tan indiferente con su propio vestido y arreglo.

Otras novias, una semana antes de la boda, iban al menos un par de veces a ver el vestido y pedían que se los entregaran cuanto antes.

Petra, en cambio, solo fue a verlo una vez, ni siquiera se lo probó y dejó que otra persona lo hiciera por ella. Incluso, cuando el vestido se manchó porque alguien se desquitó con él, ni preguntó si lo habían arreglado.

Parecía que ese vestido ni siquiera era suyo.

El personal de la tienda ya se había resignado: no hubo anuncio de cancelación de boda, pero tampoco ningún chisme nuevo.

—Está bien, entonces lo llevaremos directo al hotel donde será la fiesta.

—Perfecto —respondió Petra, terminando la llamada.

Benjamín la miró de reojo.

—¿Mañana es la boda?

Petra asintió.

—Sí.

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