El papá de Fausto tenía fama de tener un carácter explosivo.
Llevaba ya cuatro años en ese puesto y este era el quinto. Si no lograba ascender este año, podía ir olvidándose de sus sueños para siempre.
Justo ahora atravesaba un período clave para ganarse a la gente adecuada. Por eso, en las últimas semanas ya había ido varias veces, con regalos en mano, a la mansión Hurtado, pero Germán siempre lo había rechazado de inmediato.
Si esta noche el papá de Fausto se lo llevaba a casa, seguro que no se libraría de una buena paliza con el cinturón.
—Señor Benjamín, yo... yo no sabía que usted y Petra... —balbuceó Fausto, acorralado.
Benjamín ni siquiera le dio oportunidad de explicar. Simplemente pasó el brazo por encima de los hombros de Petra y se la llevó, con paso firme.
Fausto tragó saliva y al fin notó que la persona que antes iba detrás de Benjamín no era otro sino el jefe de su propio papá.
El tipo solo le lanzó una mirada, y enseguida sacó el celular y marcó el número del padre de Fausto.
Al instante, una fina capa de sudor cubrió la frente de Fausto. Apretó los dientes y una oleada de rencor le brotó en el pecho.
...
Doblaron la esquina y Benjamín retiró el brazo de los hombros de Petra.
Su gesto fue tan educado y medido que, a pesar de haber estado tan cerca, Petra no sintió que la hubiera incomodado.
—Gracias —murmuró ella, agradecida.
Él, sin embargo, no le respondió, simplemente se alejó rumbo a los salones privados del fondo del pasillo.
Los demás lo siguieron de inmediato.
Petra los observó, reconociendo entre ellos a varias personas que solía ver en las noticias.
Al cruzarse con ella, algunos la miraron de arriba abajo, como evaluándola. Petra bajó la cabeza, sin atreverse a sostenerles la mirada.
No levantó los ojos hasta que todos pasaron de largo.
Desde su sitio, vio a Benjamín rodeado por aquel grupo, conversando con una calma que imponía respeto. Llevaba un cigarro entre los dedos, su figura iluminada a intervalos por la luz tenue y misteriosa del pasillo, lo que le daba un aire distante, casi inalcanzable.
Petra se mordió el labio, con la sensación de que le ardía el hombro aún donde Benjamín la había tocado. Desvió la vista, un poco avergonzada.
...
—Hace rato te llamó Víctor —le avisó.
Víctor Ferrer, el hermano mayor de Belinda.
Belinda frunció la boca, rascándose la cabeza con fastidio.
—Seguro ya se enteró del desastre y ahora me quiere regañar. Qué lata.
Petra se rio bajito.
—Tal vez solo está preocupado por ti. Mejor márcale, no lo hagas esperar.
Belinda asintió y tomó el celular, pero al momento de marcar, se quedó pasmada.
Petra siguió su mirada y entonces notó que la pantalla del celular estaba estrellada.
—Cuando salí del salón, Fausto me empujó y se me cayó el celular... —explicó Belinda, sacudiendo la cabeza—. Mañana me acompañas a comprar uno nuevo, ¿va?
Petra asintió, intentando no reírse, y le palmeó el hombro, aliviando un poco la tensión que aún flotaba en el aire.

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